El pez
vadea
el jade negro.
De los mejillones azul cuervo, uno sigue
moldeando dunas de ceniza;
abriendo y cerrándose a sí mismo como
un a-
banico roto.
Los percebes que forman una costra al margen
de las olas no pueden guardarse
ahí pues todos los haces sumergidos
del sol,
sueltos en hebras
de vidrio, avanzan con la agilidad de un foco
entre los resquicios de las grietas,
para adentro y hacia afuera, iluminando
así
el mar turquesa
de los cuerpos. El agua conduce una cuña
de acero contra el borde de acero
del risco, con lo cual siempre las estrellas,
con sus
granos rosados,
la medusa rociada en tinta, los cangrejos
como lirios tiernos, y los hongos
marinos, resbalan uno sobre el otro.
Están
todas las marcas
externas del maltrato presentes sobre esta
enorme estructura desafiante,
todas esas características físicas
del ac-
cidente: falta
de cornisa, muescas de dinamita, estrías,
y hachazos, estas cosas resaltan
sobre él; el costado del abismo está
bien muerto.
Una constante
evidencia ha probado que puede vivir
de lo que no puede revivir
su juventud. El mar en él se hace viejo.
Marianne Moore, incluido en Eterna cadencia (Argentina, 19 de marzo de 2019, selecc. de Guadalupe Alfaro, trad. de Oscar Fariña).
Otros poemas de Marianne Moore
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: