Fuerte y escurridizo, ensamblado para la fiesta contra cuatro gatos en el patio a medianoche,
él se la pasa durmiendo; la primera uña libre sobre su pata delantera, correspondiente
al pulgar, retraída a su punta; el pequeño penacho frondoso
o patas de grillo encima de cada ojo, todavía en el cálculo de las unidades por cada grupo;
las espinas de sábalo colocadas puntualmente alrededor de su boca, para caer o elevarse
al unísono como las púas del puercoespín, inertes. Él se deja aplanar
por la gravedad, como si fuera un trozo de alga reducida y desgastada por
estar expuesta al sol; forzado en su extensión a yacer
petrificado. El sueño resulta de su creencia en que cada uno debe hacer lo
más que pueda por sí mismo; el sueño, epítome de lo que para
él como para el común de la gente es el fin de la existencia. Úsenlo para mostrar el modo
en que la señora atrapó a la peligrosa serpiente sureña, poniendo una horqueta sobre ambos
lados de su cuello inofensivo; uno no debería
provocarlo; su cabeza en forma de ciruela pasa y ojos de reptil no son buenos convidados a la
chanza. Alzado y sujeto, él podría ir colgando como una anguila o instalado
como un ratón sobre el antebrazo; sus ojos seccionados por pupilas del ancho
de una aguja, exhibidos en un aleteo y vueltos a cubrir. ¿Podría ir? Mejor dicho:
podría haber ido; cuando él ha sido superado en un
sueño, como en una riña contra la naturaleza o unos gatos, lo sabemos. El sueño profundo
no implica una ilusión quieta en su caso. Brincando por ahí con la pre-
cisión de una rana, emitiendo quejidos ñoños al ser tomado por la mano, él vuelve
a ser el mismo; reposar enjaulado por los travesaños de una silla sería improduc-
tivo, humano. ¿Qué se gana siendo hipócrita? Es
lícito que uno elija su empleo, que abandone el clavo, el
bicho bolita, cuando éste dé señales de no ser tan delei-
toso, para rayar la revista lindante con una doble línea de arañazos. Él sabe
hablar, pero en su insolencia no dice nada. ¿Y qué? Cuando uno es sincero su mera
presencia es un cumplido. Está claro que él aprecia
la virtud de lo directo, que no es de los que sucumben
a la evidencia del dato publicado. En cuanto a la tendencia
a ir siempre al ataque, un animal con garras ansía el momento en que debe
utilizarlas; esa extensión a lo anguila del tronco hacia la cola no es casual. Saltar,
estirarse, dividir el aire (para sustraer, para perseguir,
para ordenar a la gallina: vuela sobre la tapia, yerra el camino en medio de tu cons-
ternación): esto es vida. Hacer menos sería deshonesto.
Marianne Moore, incluido en Eterna cadencia (Argentina, 19 de marzo de 2019, selecc. de Guadalupe Alfaro, trad. de Oscar Fariña).
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