Como me mandan siempre
hacer lo que no sé...
me lleno de pavor por no saber...
Pienso después que lo necesario es ocupar el tiempo...
Es lo que he hecho.
De cualquier manera...
De todas maneras.
A veces pienso que es bueno trabajar para otros...
Que eso nos trae un gran alivio.
Que, mientras tenemos el espíritu ocupado
con lo que sobra o llena el espíritu de los otros,
nos vamos ilusionando, olvidando...
nos vamos apoyando.
Pienso que necesitamos, todos, de apoyo.
Que, si Dios nos falta, nos falta todo.
Y que es comprensible recurrir,
de vez en cuando,
a la estricnina.
Pienso que, por la mañana, se está, generalmente, más despierto.
Que es la hora mejor para eludir los compromisos.
Para olvidar que se acordó, y tenemos...
Pienso en varias y en una sola cosa al mismo tiempo.
Pienso que he tenido poca suerte pero que así era necesario.
Y si oigo pasos, tiemblo...
¡Pienso que me gustaría tanto! Leer un libro...
sin pensar en otra cosa.
En acomodar, delicadamente
el pañuelo a mi madre.
En viajar.
Pienso que la vida nos reserva grandes cosas,
y que aún estás a tiempo...
Me doy cuenta pensando de otra manera:
que nunca llegaremos al final,
que no sabemos si queremos llegar allá,
y que, si la voluntad nos huye, tenemos voluntad de todo menos de morir
Porque algo, un pequeñito motivo inconsciente, una parte,
minúscula, de nuestro destino,
necesita atravesar las tinieblas, y ¡vivir!
Pienso muchas veces si ser poeta acaso no será otra cosa,
y que los versos que escribo bien puede ser que me estén engañando...
Hay fuerzas que no sé explicar.
En lo que siempre creo, dudo siempre — me observo— estoy siempre prevenido...
También yo, es verdad, sentí un deslumbramiento
por la variedad multicolor de los macizos de flores,
por los reflejos y mil juegos de color de la luz sobre el follaje...
Me parecía que la belleza perdonaba todo y a todo confería majestad.
Hoy pienso que no: que adolecí, que fui envejeciendo, que hay
pocos libros útiles, que, para sobrevivir, tenemos que trabajar...
y que el trabajo sin amor mata.
No pienso ya en el amor, pienso en la muerte.
No en la muerte que a todos nos espera, en un rincón del mundo,
en un momento, no en la muerte final estoy pensando ahora.
Ahora y a toda hora pienso en la muerte diaria que atravieso
y se atraviesa en mí.
En ésa sí, es en la que pienso; irremediablemente.
porque la otra muerte tiene remedio o, si no la tiene, ni modo...
Ésta sí que cuesta.
Es que cuesta cargar todos los días,
el peso muerto.
Peso muerto en el que pienso
sobre la cabeza limpia.
Limpia y vacía.
Raúl de Carvalho en Tempo vazio (1975), incluido en Antología breve de la poesía portuguesa del siglo XX (Instituto Politécnico Nacional, México, 1998, selec. y trad. de Mario Morales Castro).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: