Y rasguña las piedras
hasta mí.
Para Natalia y la ternura de su filo
Entrecierras los ojos y me miras como se mira un arroyo al apuntarle para hacer patitos (cuac cuac cuacs)
(No sé si respiras igual que una piedra afilada o si las piedras afiladas emplean todo su tiempo libre en memorizar la coreografía de tu esternocleidomastoideo)
Hipótesis uno: tú, más filo que roca te quedas en la orilla y ninguna mano te elige para saciar el inagotable apetito del estanque.
Hipótesis dos: una escuincla con las hormonas fieras sostiene tu cuerpo para grabar en el torso de una jacaranda un corazón que albergue en el centro la inicial de su nombre y la del muchacho de bigote neonato cuyo nombre es Ramón o Reynaldo (o algo que empieza con eRRe de raíz).
Hipótesis tres: Antes de comenzar a inhalar tu cuerpo hecho polvo y mezclarlo con fernet, Charly García escribe canciones para las piedras que ansían ser rasguñadas. Cosechó lágrimas en su teclado y sembró mi piel que ahora quiere que la traspasen con rasguños mientras tu filo pide adentrarse rápido en un orificio nasal (y yo comienzo a amarte con toda la piel).
Hipótesis cuatro: impertinente como eres, el cincel lame tu mármol y las cosquillas que te provoca logran que escupas cachitos filosos al ojo del escultor.
Hipótesis cinco: te escabulles para dormir la siesta en la suela del zapato deformado por un pie sin arco, y los inquilinos (son cinco) te corren del departamento por babear en filo agudo
Hipótesis seis: eres el amuleto de ámbar en collar trenzado que un gringo equis compra en San Gentrificación de las Casas para (según él) dejar de verse como un gringo equis.
Hipótesis siete: te huelen las axilas a volcán y cierras los ojos para pedir un deseo, como si apretar la mandíbula incrementara la posibilidad de que se cumpla y aumente tu temperatura corporal: Ojalá fuera magma, dices (y es que nunca te dijeron que no hay nada malo con ser solo roca parcialmente caliente).
Hipótesis ocho: te dicen “la piedrita del encendedor”, qué falta de respeto, tú le diste el fuego a Prometeo y le prendiste un boro a María Félix.
Hipótesis nueve: el peso de tu cuerpo atravesó el parabrisas del Aveo azul nuevo que un padre acababa de bendecir y empapar en agua bendita.
Hipótesis diez: tanto mineral, tanta piedra caliza para que termines deseando ser la efímera y efervescente roca que truena, vive y muere en bocas como la mía que trituran, muerden y matan a dentelladas la paleta que nunca sabremos porqué tiene forma de pie.
Hipótesis once: la facilidad de adaptación: un día una horda de pies te encuentran cara de balón y al otro existes para delimitar el espacio que tendrá una portería improvisada de fútbol.
Hipótesis doce: traes el cuerpo escurriéndose en verde fosforescente y nomás eres un elemento decorativo del círculo cromático dentro de la pecera de un pez beta (¿o alfa? ¿u omega?)
Hipótesis trece: las malas lenguas hablaron y dijeron que en momentos de extrema sequía, lamer una piedra pequeña y porosa puede hacerte salivar y aliviar, incluso, mi sed.
Hipótesis catorce: el 28 de marzo de 1951, Virginia Woolf hizo de sus bolsillos casa para piedras como tú (lisas, filosas, pesadas) y caminó en zigzag a donde el agua abrió su bolsillo para que ella pudiera reposar, al fin, en una habitación propia.
Silvia Castelán, incluido en Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) (Los libros del perro, México, 2020, ed. de Zel Cabrera).
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