La Nerona, cara de gata impávida,
una perfecta lady mientras sirve el té
en tazas de porcelana con pagodas y puentecitos:
sus manos —criaturas equívocas—
consteladas de anillos baratos, en la boletería
de la estación de tren donde trabaja
provocan la admiración de los modestos pasajeros
que ven en ellas la magnificencia de la corte de Bizancio.
La Nerona, frente al espejo de su tualé, dando grititos
por cada pelo que se arranca de sus cejas Marlene:
(Il faut soufrir pour être belle, ¡carajo! )
O sentada en un banco de la plaza del pueblo
aguardando en vano a Sandokán,
el moreno y fornido lavacopas del Richmond
que por tercera vez no acudirá a la cita.
(¡Más se quisiera, ese chino de lo último!)
O llevada en palanquín por changadores
que la violan en un baldío, al son del sistro y del tambor.
Por calles solitarias bordeadas de naranjos
la Nerona pasea con su capa de armiño
sembrada de luceros y gargajos.
Fascistas en motocicleta la insultan y apedrean
en las esquinas del terror.
(Las reinas siempre fuimos impopulares,
¿Dónde habré estacionado mi Roll-royce?)
Juan José Hernández en Cantar y contar (1999), incluido en Amores iguales. Antología de la poesía gay y lésbica. Panorama general (La Esfera de los libros, Madrid, 2002, selec. de Luis Antonio de Villena).
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