Me mira,
desde un daguerrotipo
con el marco ovalado.
La figura frágil,
apoyada su mano
sobre el espaldar barroco
de una silla,
la garganta hundida
detrás de un cuello muy alto.
Para mí fue el tronco,
el único abuelo.
Nació gran señor.
Su vida,
una lenta bancarrota.
En la casa de paredes añosas
de un metro de ancho,
sentados sobre el poyo
de la ventana,
me contó de su tía,
de cómo enrollaba hojas
de tabaco
y asoleaba en el patio
sus monedas de plata.
Desde el avión que llega,
que me trae,
adivino su gesto.
Me siento lejos de él.
Imagino el paisaje
caminado a paso de hombre:
las hojas,
la yerba,
la tierra oscura,
volcánica,
las chozas con su cerco
de izote.
Vivió París:
Le Bois de Boulogne en carruaje,
conciertos,
champagne,
un Don Juan salvadoreño
con sombrero de copa
y con bastón.
Soy fruto de su derrota,
segunda cosecha
de sus años grises.
Ante el alto escritorio,
sin notar la penumbra
que crecía,
recitaba en voz lenta
a Lamartine.
No supo darse cuenta.
Le quitaron sus fincas
los banqueros.
Las bodegas,
los cofres
se quedaron vacíos.
Siguió ensimismado
entre sus libros,
musitando a Voltaire
y a Buffon:
en su gran biblioteca,
desvalido.
Se vendieron las sábanas de lino,
el servicio de plata,
renunciaron los hijos
a estudiar secundaria
y falleció la abuela.
Van a construir un techo
sobre el patio.
El nuevo dueño alaba el escritorio.
Tiene varios cajones
para libros de cuentas.
Sonrío,
digo que sí.
Paso mi mano
por la madera.
Miro el polvo,
el blanco polvo centenario.
Dibujo con el dedo
una muñeca,
una niña de trenzas
y falda corta.
Sonrío,
digo que sí,
que cómo no,
que por supuesto.
Claribel Alegría, incluido en Poesía contemporánea de Centroamérica (Los libros de la frontera, Barcelona, 1983, selec. de Roberto Armijo y Rigoberto Paredes).
Otros poemas de Claribel Alegría
Grandiosa Claribel Alegría, hizo siempre honor a su apellido...
ResponderEliminarUna poesía vitalista.
Eliminar