¡El Amor! Pictórico de su delirio, lo canté,
sólo al murmurar su nombre vibraba la lira,
y al poder de una mirada mi corazón cedía,
cual vela llevada por el viento al escollo.
Amé; fui amado, para mi tumba es bastante;
que esto allí se grabe y allí caiga una lágrima.
Sólo tú llenas hoy versos y pensamientos,
naciendo el día en que nació el universo,
¡libertad! Primer don de un dios a la tierra,
marcaste al hombre, hijo de un carácter divino,
e hiciste recular, por su primer aspecto,
a las bestias trémulas de un respeto sublime;
don más dulce que el día, más brillante que la llama,
aire puro, eterno, que al alma haces respirar.
Muchos mortales, celosos hasta del cielo,
se extasían por este bien de todos común.
Más duros que el destino, con indignas trabas,
lo que Dios hizo libre, ellos hacen esclavos.
Sus santos derechos han degradado a la razón;
¿qué he dicho?, han hecho de tu nombre un crimen.
Mas, igual que el fuego que la piedra entraña,
el acero hace saltar la ardiente chispa,
duermes en los ánimos serviles, y ¡no mueres!,
y cuando mil tiranos encadenen tus brazos,
con el choque de sus armas a ti invocadas,
surges como un rayo y la tierra es vengada.
(1825)
Alphonse de Lamartine, incluido en Antología de la poesía romántica francesa (Ediciones Cátedra, Madrid, 2000, ed. de Rosa de Diego, trad. de Vicente Bastida).
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