Cuando duermes, arrullado en la noche,
¿estás perdido en el vacío?
¿Ninguna luz interior, silenciosa,
destellando suavemente, cae sobre ti?
¿Ningún sueño de alas tranquilas
flota un momento en medio de ese rayo,
toca en respuesta alguna cuerda mental,
despierta una nota y pasa?
Cuando vigilas, mientras las horas
mudas y ciegas se aceleran,
ese camino sin luz por donde desciende
la medianoche sorda, negra y solitaria,
¿no hay nada que se acerque flotando,
ya sea un pensamiento o casi una realidad,
susurrando maravillas en tu oído,
cada palabra un misterio,
cantando en voz baja una antigua tonada,
cada nota lastimera un hechizo,
despejando las nubes de la memoria,
mostrando escenas que tu amor adora?
Canciones olvidadas, cantadas en la infancia,
ritmos amados y conocidos en la juventud,
susurrados por esa lengua etérea,
una vez más te pertenecen.
Ya sea un sueño en un dormir embrujado,
ya sea un pensamiento en la vigilia solitaria,
¿no experimentas un éxtasis profundo
al sentir que te pertenecen?
Todo te pertenece, no necesitas decir
qué forma radiante bendice tu sueño.
Todo te pertenece, recuerda bien
que la noche y la sombra rodeaban tu descanso.
Nada vigilaba tu cama
salvo el destello solitario de la luz de un fanal.
Ni un susurro ni una pisada
el glorioso sueño de tu espíritu turbaban.
A veces, cuando el vendaval de medianoche
exhalaba un gemido y después se calmaba,
parecía fallar el hechizo del pensamiento,
retenido por una emoción extática:
al igual que se sienten las cosas externas,
envuelto en luz de luna, golpeaba tu mirada.
Luego las alas impacientes de tu espíritu
se estremecían, temblaban, se extendían para volar.
Luego el aspirante, hinchándose salvajemente,
miraba hacia donde, en medio de la trascendencia,
estrella tras estrella iban contando en silencio
la determinación del cielo y el decreto del destino.
¡Oh! Anhelaba un fuego más santo
que esta chispa en santuario terrenal.
¡Oh! Remontaba el vuelo y más alto, más alto
buscaba alcanzar el divino hogar.
¡Búsqueda desesperada! En seguida débil y cansado
aflojaba el ala, dejaba caer la pluma,
y envuelto de nuevo en tristeza lúgubre
volvía a casa el perplejo vagabundo.
Y otra vez se volvía, en busca de consuelo,
al sueño inacabado y roto,
mientras, suavizando su agitado curso,
el pensamiento rodaba por su corriente impetuosa.
He sentido esa sensación querida,
dulce y que no conoce nadie más que yo;
aún la siento por las noches aliviando
el desaliento de los días oscuros.
Charlotte Brontë, incluido en Antología de poetas inglesas del siglo XIX (Alba Editorial, Barcelona, 2021, trad. de Xandru Fernández y Gonzalo Torné).
Otros poemas de Charlotte Brontë
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: