sábado, 14 de enero de 2023

Poema del día: "El monólogo de la maestra", de Charlotte Brontë (Gran Bretaña, 1816-1855)

La habitación está en silencio, solo los pensamientos
pueblan su muda tranquilidad.
Me he quitado el yugo, la larga tarea hecha:
estoy, y debería ser una bendición,
tranquila y sin problemas. Ahora veo
por primera vez qué suave el día
sobre el agua sin olas y el árbol inmóvil,
silencioso y soleado, sigue su camino.
Ahora, cuando miro esa colina lejana,
tan borrosa, tan azul, tan desleída,
dulces sueños del hogar llenan mi corazón,
ese hogar donde me conocen y me aman:
se extiende más allá, esa cumbre azul
me separa de todo lo que la Tierra contiene para mí
y mañana y tarde mis anhelos fluyen
hacia allá, sin cesar.
Mis horas más felices, sí, todo el tiempo
me gusta conservar en la memoria,
vencida entre los páramos, antes de la primavera de la vida
caída en la oscura ansiedad.

A veces creo que un corazón estrecho
me hace así añorar a los que están lejos
y mantiene mi amor apartado.
A veces pienso que no es más que un sueño
que atesoro tan celosamente,
todos los dulces pensamientos en los que vivo
parecen desvanecerse en la nada.
Y entonces este mundo extraño y grosero que me rodea
parece todo lo que es palpable y verdadero,
y cada visión y cada sonido
se asocian para someter a mi espíritu
a un dolor punzante; tan vacía y solitaria
es la Vida, y la Tierra, peor que vana,
la esperanza que, sembrada en mi propio corazón,
y acariciada con tanto sol y lluvia
como la Alegría y el Dolor transitorio derramaron,
ha hecho que madure allí en una cosecha,
«Tus gavillas de oro son aire vacío».

Todo se desvanece, incluso mi hogar
creo que pronto estará desolado.
A veces oigo una advertencia
de amargas despedidas en su puerta.
Y si regresara y viera
el fuego del hogar apagado, la silla vacía,
y oyera susurrar con tristeza
esas despedidas que allí se han pronunciado,
¿qué haré y adonde volveré?
¿Dónde buscaré la paz? ¿Cuándo pararé de llorar?
                                           ***
No es esta la canción que me gustaría tocar,
el compás que me gustaría cantar.
Mi obstinado espíritu se escapó
e hizo sonar otra cuerda.
Yo no quería ni sonreír ni llorar,
ni alegría brillante ni amargo dolor,
sino solo una canción que dulce y clara,
aunque triste tal vez, pudiera fluir.

Una canción tranquila para consolarme
cuando el sueño se niegue a venir;
una tonada para poner en fuga al desaliento
cuando me llene la pena por el hogar.
En vano lo intento. No puedo cantar.
Todo se siente tan frío y muerto.
No hay salvaje aflicción, no brotan efusivas
las lágrimas de angustia derramadas.

Lo que hay es la impaciente tristeza de alguien
que espera un día lejano,
cuando, una vez cumplida la gran tarea del sufrimiento,
el trabajo sea recompensado con descanso.
Pues la juventud pasa, el placer vuela
y la vida se consume,
y el ardor de alegría de la juventud muere
debajo de esa triste demora,
y la Paciencia, agotada bajo el yugo,
cede a la desesperación,
y la elasticidad de la Salud se ha roto
bajo la tensión de las preocupaciones.
La vida se habrá ido antes de que la haya vivido.
¿Dónde está ahora el despertar primero de la vida?
He trabajado y estudiado, anhelado y penado,
durante todo ese tiempo risueño.

Trabajar, pensar, anhelar, apenarse:
¿es ese mi destino futuro?
Si la mañana fue lúgubre, ¿también la tarde
tendrá que ser desolada?
Al menos tal género de vida hace a la Muerte
un amigo bienvenido y deseado.
¡Ayudadme entonces, Razón, Paciencia, Fe,
a sufrir hasta el final!

Charlotte Brontë, incluido en Antología de poetas inglesas del siglo XIX (Alba Editorial, Barcelona, 2021, trad. de Xandru Fernández y Gonzalo Torné).

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