¡Ay, ay, Carmelo dichoso,
guarte, que anda la raposa
solícita y cuidadosa
por quitarte tu reposo!
Está con el ojo alerta,
puesto siempre en centinela,
y llama para esta vela
a tu Teresa y Alberto.
No fíes en esperanzas
ni promesas aparentes,
nota bien inconvenientes
y previene las mudanzas.
No te engañen con decir
de otras nuevas perfecciones;
huye de las invenciones,
que te quieren destruir.
Bien vas, bien vas, no te mudes,
pues tiene larga experiencia;
resiste con vehemencia,
de lo demás no te cures.
¡Ay, ay, otra vez te digo,
y mil decirlo querría,
y aún de grado moriría
y desde luego me obligo!
A trueque de te servir,
dulce monte y patria buena,
venga sobre mí la pena,
que no quiero más vivir.
Por no ver el torbellino
y tempestad que diviso,
no digas que no te aviso
con tiempo lo que adivino.
¡Ay!, que a todos descuidados
nos hallará, sin pensar
que nos podrá derribar;
no es bien ser tan confiados,
ni fiar de nuestro celo
y nuestra traza y prudencia;
mira a quien tiene experiencia;
abre los ojos, Carmelo.
No fíes de mal tu cumbre,
ni vivas tan descuidado;
mira que nunca ha mudado
el enemigo costumbre
de acometer lo más alto,
y cuanto más, más codicia
armarse de su malicia,
por dar aún mayor asalto.
Ves que comienza a bramar
el lobo infernal que espanta,
y una borrasca levanta
por la parte aquilonar,
y por la de Mediodía,
debajo del santo celo,
irá puniendo tal velo
que nos perturbe la guía.
Soplará donde el sol nace
con promesas de bonanza,
con que sabe se avalanza
cada uno a lo que hace.
Al Poniente asomará
una nube muy espesa,
porque todos se den priesa
contra el mal que fingirá.
Con esto los más celosos
del bien común, engañados,
apartarán de los prados
sus corderos recelosos.
Dejarán el pasto llano
por inútil y dañoso,
seguirán él montüoso
teniéndole por más sano.
Por las matas entrincadas
veréis saltar cada uno;
como ganado cabruno
se tratarán las majadas.
Volverse han los cachorrillos
contra los fuertes mastines
levantarse han de malsines
aquí y allí mil corrillos.
A los más sabios zagales
y zagalas más prudentes,
tendrán por impertinentes
y dignos de grandes males.
¡Ay del corral de Teresa
si no es presto socorrido
del gran Pastor de ejido,
cómo ha de hacer en él presa!
No sin causa voceaba
tantos años ha Benito,
aquel incógnito grito
que con un ¡ay! le acababa.
¿Qué remedio buscaremos
que prevenga este rigor?
Pues tenemos buen pastor,
celoso, ¿por qué tememos?
Sí lo es, sin duda alguna,
y amigo de perfección,
y es sola su pretensión
colocarnos en la luna.
Mas ¡ay! que cuanto más buena
es la intención celosa
es más difícil la cosa;
que no hay agotar la vena
del que camina pensando
que hace a Dios algún servicio;
y no hay alegarle vicio
en lo que va fabricando.
Es embozo acostumbrado
de aquel dragón infernal,
dar el tósigo mortal
metido en vaso dorado.
Y así, vistiendo de celo,
cuantas máquinas ha hecho
las ha sentado en el pecho
como una cosa del cielo.
Pues ¿qué remedio ha de habe,
carilla, para tal furia?
Irnos a la sacra Curia,
que nos podrá socorrer.
¡Somos mujeres! Pregunto:
¿cómo seremos oídas?
Menos oirán caídas
en los males que barrunto.
Pues cuando es tiempo que vamos,
luego no haya dilación,
que se pasa la ocasión
y no es bien que la perdamos.
Salí, hermanas, no temáis,
que en tal caso ha de ir ufana
cada cual de buena gana,
pues que trabajos buscáis.
Pues ¿qué mejor coyuntura
queréis, que en tal ocasión
mostrar pecho y corazón,
que lo demás es locura?
¿Arrinconamos sin tiento
cuando es razón nos pongamos
con ánimo y resistamos?
Os espantáis ya del viento.
De los gritos y amenazas
no hagáis caudal, pues sabéis
que ayuda cierta tenéis
contra las malignas trazas.
En año de seis y ochenta
como sabéis, esto digo;
alguno será testigo
que probará la tormenta.
María de San José, incluido en Las primeras poetisas en lengua castellana (Ediciones Siruela, Madrid, 2016, ed. de Clara Janés).
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