Por las calles y plazas voceando,
buscando te he andado, Amado mío;
mil días han pasado, y no hallando,
con dolorosas ansias a ti envío
mil suspiros, y a todos conjurando,
cada cual me arroja y da desvío;
vuelvo con triste llanto y cruda pena
a soltar al dolor copiosa vena.
Tornen los ojos al continuo llanto,
torne el gemido, torne la tristeza,
cubra el cielo su lustroso manto
y todo se me vuelva en aspereza,
y nada me sustente, ni vea cuanto
cobija el firmamento y su riqueza,
que mientras no tuviere luz preciosa,
la que alumbra a los otros me es odiosa.
El caos confuso oscuro otra vez sea,
que para mí yo doy carta de horro
a todo lo criado, y nada sea
en mi favor, provecho, ni socorro;
hasta que aquel que ama mi alma vea,
en nada paro y con deseo corro
al fin donde me llevan mis deseos,
huyendo de tropiezos y rodeos.
Y por que nada estorbe mi destino,
ni me impida ninguna criatura,
a todos doy repudio, y sé que atino,
porque sin ti, mi Dios, todo es locura,
y quien en esto para, va sin tino,
buscando eterna muerte y desventura;
vaya lejos de mí lo que es dañoso,
y aun para vivir lo provechoso.
Lejos vaya de mí todo contento,
afuera tierra y afuera suelo,
que sin Dios nada soy ni llevo intento
admitir el más mínimo consuelo;
si algo he de admitir, es el tormento,
ansias, penas que dáis y desconsuelo;
que esta medicina a mi dolencia
sana, y della tengo ya experiencia.
No hay agua más preciada al sediento,
ni manjar más sabroso al sin hastío,
ni sombra do descanse el sin aliento
de la furia del sol en el estío;
ni tesoro escondido al avariento,
ni al ambicioso el mando y señorío
que más gustoso sea y agradable,
que a mi alma es la pena dulce, amable.
Y por que no me falte, determino
hacer un desafío a sangre y fuego
a aquestos tres tiranos que el camino
impiden al que busca con sosiego
solo lo celestial y lo divino;
al que mi alma busca pido y ruego
que crezca y nunca cese aquesta guerra,
ni ya más tenga yo paz en la tierra.
¡Oh, mundo crudo, desleal, insano!,
huir quiero de ti y de quien te sigue,
pues tu trato perverso e inhumano,
a aquel que más te ama más persigue.
Dichoso es aquel que da de mano
a aquesta bestia fiera, que prosigue
en ser siempre contrario y enemigo,
pues hará menos mal que siendo amigo.
Mas ¿para qué me acuerdo de que hay cosa
que bien ni mal me haga en este suelo,
pues sola su memoria aun es dañosa?
Cubrir quiero mi rostro, y puesto velo
a todo lo criado, como esposa
de aquel eterno Rey de tierra y cielo,
prosiga el lamentar ya comenzado,
no cese el penar, pues no le he hallado.
¡Ay, ay, Amado mío! ¿Qué te has hecho?
¿No te duele el clamor de mi gemido,
viendo mi corazón por ti deshecho,
y siendo tú la causa, que has herido
con un terrible golpe el tierno pecho?
¿Por qué huyes de mí y te has escondido?
Respóndeme, Señor y dulce Padre,
Esposo, Hermano, Amigo y cara Madre.
Que gustas ver penar a quien te ama
con un amor más duro que el infierno,
más que la muerte fuerte, ardiente llama,
que resuelves el alma en llanto tierno:
¿por qué no respondes, di, a quien te llama,
y das [ya] fin a tan cruel invierno?
Si no socorres presto, consumida
será en breve la flaca y triste vida.
Viva me enterraré por darte gusto,
y poder con silencio contemplarte,
que por gozar de ti el trabajo es gusto,
y al infierno iré si allá he de hallarte:
ni hambre, ni trabajo, ni disgusto
de ti me apartará, ni será parte
la infernal canalla a persuadirme
y de lo comenzado a disuadirme.
Morir quiero y me ofrezco a la partida,
y a todo lo visible doy de mano,
y quiero, mi Señor, ser despedida
por ti de cuanto tiene el ser humano:
el gusto y el consuelo y propia vida,
memoria y voluntad pongo en tu mano,
cuerpo, alma, sentidos, ser y gloria:
con tu favor espero la victoria.
Suplico, mi Señor, a tu clemencia,
por tus entrañas tiernas, regaladas,
asista a aqueste acto tu clemencia
notando las postreras boqueadas;
pues sin tu favorable asistencia
nuestras obras son bajas, desechadas,
¿qué puede hacer la humana criatura,
si el Hacedor no esfuerza su hechura?
Con estas tres postreras hago fin,
y entro en el sepulcro de mi grado:
la primera, obediencia: con tal fin
de resignarme en manos del prelado
aunque no sea tal cual serafín,
antes [bien] riguroso y desgraciado;
por no seguir la antigua inobediencia,
me sujeto a la ajena providencia.
Las otras dos que menos son penosas,
a la observancia de ellas yo me entrego:
pobreza, castidad, piedras preciosas
de propiedad contra el eterno fuego;
libre será de penas tenebrosas
y vivirá contento con sosiego
aquel que en caridad las engastare
y a tu misericordia invocare.
Y para estar de todo satisfecha,
resta, mi dulce Amado, que te vea
que con esta esperanza en vida estrecha
el alma se regala y se recrea;
pero si mucho tardas, es deshecha
con mil dudas aquella que desea
ver de tu dulce amor alguna prenda;
da medio, Amado mío, que esto entienda.
Suene ya tu voz en mis oídos,
y como a Lázaro di que salga fuera
y en los tuyos se oigan mis gemidos;
muestra tu claro rostro más que espera,
acaba ya, Señor, sean concedidos
mis ruegos, que no es justo que el que espera
en ti, sea defraudada su esperanza,
pues el que en ti esperó todo lo alcanza.
María de San José, incluido en Las primeras poetisas en lengua castellana (Ediciones Siruela, Madrid, 2016, ed. de Clara Janés).
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Muchas gracias.
ResponderEliminarDe nada, saludos.
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