Muchos estaban con las manos abiertas y extendidas,
y otros las mantenían cerradas en puños que quizá amenazaban.
Pero ninguno las ofrecía con gesto noble y entregado,
tal un saludo de bienvenida al hombre que pudiera llegar a ellos.
Era un bosque de manos con voz turbia o ronca o simplemente agria.
Una selva sin fisuras aquellas manos de tantos hombres duros.
Igual a un país las manos, con ríos de sangre detenida a la fuerza,
dentro de las palmas...
Y de pronto,
brotó el grito.
No de una criatura ni de un continente.
Brotó el grito de un astro, el alarido de un planeta viejo y triste.
Porque de aquellas manos partió la jabalina esplendorosa
que se clavó en el vientre obsceno de una civilización hundida.
¡Vítor por el que sepa adelantar sus dedos
y confundirlos con los fríos o tibios o ardientes del futuro,
en un pacto de luz velocísima y metálica
que redima, o que consuma, a los mendigos y a los verdugos!
Carmen Conde en En un mundo de fugitivos (1960), incluido en Poesía española. Antología (1939-1975) (Ediciones Tarraco, Tarragona, 1977, ed. de Ricardo Velilla Barquero).
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