En memoria de las consoladoras sexuales taiwanesas
Desde la boca gris de una caverna
me miró fijo un soldado con rifle.
Sobre la tabla lúgubre de una cama
aguantaron mis muslos un oficial japonés.
Desde la parte inferior de mi persona
me desconsoló una invasión punzante.
Mi odio originó de la ausencia de una patria
para protegerme al cumplir trece.
En una sociedad malvada
nació un reproche maligno.
Dentro de una memoria lóbrega
mató la malaria un hijo bastardo.
Desde la boca gris de una caverna
continuó un destino infinito.
Mi odio originó del hecho
de que una caverna existió sobre mí
para facilitar la incursión varonil.
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