y aquel tan correcto, con su chaqueta blanca,
jugamos con su forma, arrojamos al suelo
su retrato, color en la paleta.
Nosotros hemos construido, con él, su forma
y era, al azar, nuestro símbolo.
En su vuelo, en su colocación,
tenía la extraña mueca de nosotros mismos.
Era irónico, pero triste.
Una burla trágica en la escena.
Se quejaba, desesperado,
pero se extasiaba ante los prodigios.
Se burlaba de cada pose suya,
porque la había considerado superficial,
y en sus miradas escabrosas
se adivinaba la dificultad y la arrogancia.
Era completamente hermoso,
humano en verdad en su traje
de batista, en sus botones, huidizo,
una de las más profundas pesadillas del sentido.
Y de pronto, al volverse, era completamente
una imagen pensativa y con conocimientos,
intelectual y, sin embargo, astuto.
Doblaba con mucha gracia la rodilla.
Como una libre criatura de la creación,
sin amabilidad engañosa ni opiniones,
era libre de llorar y reír,
sin escuchar ni articular comentarios.
Tenía la presencia de lo positivo,
la ilusión de un ser pensante,
muchísimo decoro, prontitud en las respuestas
y un estilo cazurro en un porte sacerdotal.
En otros tiempos tenía un gran descaro
y su farsa adquiría una expresión amarga.
Desdeñaba a las señoras que los demás
admiraban. Le parecían pequeños.
Estaba lleno de una infinita amargura.
Fingía una concisa interpretación
y se embrollaba como una gardenia recién cortada
con una camelia artificial en un cofrecillo.
Su forma tenía una importancia inversa
y, sin embargo, nos engañaba a todos a la vez.
Y, mientras era un hombre correcto, buscábamos
la esencia y queríamos vivir...
Romos Filiras, incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
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