Me llamaron extranjero, cascabel extramuros, campesino de madera;
me nombraron sin anillos. Mas no esperaba sino una letra. Estela apenas.
Un martes o un tamarindo. No una marimba. Nunca. Nada. Ningún
nosotros. Nunca deseé los muslos ni las ingles. Humo. Voluta. Llegaron
todos a mi fiesta. No conocía el secreto. De pronto, otro extranjero, la mano
aritmética, el alfanje, un castillo, la primera mujer sin más ropa que
el incienso, la hormiga vestida de vino, las rocas.
Seguí siendo extranjero. Seguí el nombre sin anillos,
pero ya no roía esquinas. Los enjambres no fueron nada más
que ellos mismos. Nunca hablé de amatistas ni de copas. Nunca juré,
no supe nada del arcano ni la muralla. No esperaba más esperas:
conocí redes, sogas.
Vino María, su mano breve, y no existía estambre.
María, las ascuas de Diana, luego Ulises, siempre astilla...
Después no más Ulises sino Abraham. Después humo porque
ni Diana ni María dejaban de escaldar las manos por la mesa.
“Adentro” era ceremonia. Y “Afuera” el bastón y nada más.
Perdida la piedra de Pedro. Sesgada el agua sobre Diana.
María regaba vino en los pañuelos, la despedida no dependía del “Hoy”.
Debajo de la cuchara está el alfabeto, debajo de la brea de María,
debajo de la sandalia, debajo aun de las minas y el petróleo.
Y como la luz le crece sombras a las cosas, la letra se crece espuma:
¿bisonte o bisonte? No sé dónde quedó mi fiesta. Nadie escucha
que el búho es vigía de los fresales. Nadie lee que la hormiga
nace al desdecir su credo, nadie lee que todo volverá a ser lo mismo.
Pero eso no nos dice. Ni se dicta en los cuadernos, ni se olvida entre el diptongo.
Es sólo que el telegrama llega cuando el sello de “Urgente” se erosiona.
Y todos vuelven a decir: “Extranjero”, y todos vuelven a decir:
“Hermano” y nadie romperá el cerco para desdecirnos.
Tea, simulacro, pie, ojo de árnica, agua, acendrado pez.
Digo María y el giro vuelve al pañuelo, digo pañuelo y nace otro “Afuera”.
La escritura no sabe del polen. La mano dialoga con el azúcar.
No hay clausura para la fiesta mientras la menta siga hirviendo en agua.
Avispa: pensé que te detenías. Piedra: aquí ya no hay catástrofes.
Ni siquiera la esclusa que disuelve a Ruy Díaz aunque vuelva a fundar el “Aquí”.
Y no es que no navegue en ningún nosotros ni que niegue “Nunca” y “Nada”.
Sólo que no necesito ni noemas ni noesis.
Jorge Solís Arenazas, incluido en Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983) (Ediciones de Punto de partida, UNAM, México, 2005, selec. de Carmina Estrada).
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