El ocaso era tan familiar como un susurro de cabellos desesperados
Era tan tibio como una corbata
Frente a la tierra que no sabe encerrarse
Y que nunca ha podido desprenderse de sus ruidos
Ni aún en la noche que se suspende como el aliento
Ni en ese minuto de la tarde ese minuto de cuatro metros
Semejante a un anciano que de repente se llena de infinito
Al día siguiente de la paloma siguiente
Te dije que eras una lluvia para apresurar el tiempo
Te dije que tenías una sonrisa de viento oscurecido
También sé que estás entregada en manos de ciertos astros
Con el agrado de los ojos que te rodean
Pero cuando venga el día de la distancia y de su propio fondo
Entonces hablaremos
Yo sé que el mar te distingue y te prefiere
Que ves tus lámparas tranquilas bajo la piel y tus fuentes de mirajes
Ese estanque dormido que crea tu persona
Y hasta esas hierbas que haces nacer en mi corazón
Al día siguiente del color siguiente
Hallaste cosas de árbol y de emblemas de vidrio con luces guardadas
Seguramente lejanas como la pequeña arena en los pies de los niños
Mordiste el vacío enamorado de sus actitudes
Más grande que nuestros dos fantasmas juntos
Más poderosos que mis ojos concentrados en tu cuerpo
Y aún que el día preocupado de tus manos
De tu color que crece como una campanada
De tus palabras rodeadas de palomas de tu luz de carne y hueso tu luz
En sus anhelos de saber andar y de poder morirse
Para angustiar al tiempo ajeno a las estrellas
Al día siguiente del año siguiente
Te entregaste al olvido como un río que divisa su agonía
Que ve venir la muerte y le sale al encuentro
Cerrando los párpados para no arrepentirse a tiempo
Vicente Huidobro, incluido en Poesía surrealista en español (Éditions de la Sirène, París, 2002, ed. de Ángel Pariente).
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