para aliarse a la calidez que dejó en nosotros, su dulzura
a cuentagotas y luego todos los canales invadidos, como una enredadera
el té echó sus raíces delgadas, sus espigas. Todas las tardes
sumergidas en esa taza y, sin embargo, nada sucede.
La casa enmalezada, los tallos largos hasta la cintura,
desde afuera se ven caídas puntas verdes brotando,
la imagen abierta de la falta se deja oír,
su música en este piano, en el crujir del pie sobre el pedal.
En la ciudad nuestra isla, cargada y vegetal, el diluvio azotando otras casas,
la nuestra tambaleante, pero anclada a la tierra,
cosida en una única puntada se entrega a su vaivén, a su flotar extraño.
Nado, sumergida a la mitad, mi cuerpo nada
en un río que cruza en diagonal desde la puerta,
un río grisáceo y rojo, sus olas de acuarela entrándome,
sus pinceladas curvas. La humedad nos separa,
la amplitud temporal de esa humedad, su semblante en apariencia inofensivo.
Tus papeles simulan pequeños barcos naufragando,
los muros adoptan figuras ensombrecidas que podrían ser pájaros
o quizá trozos de pájaros desgarrados de su centro.
Acá no hay orillas, sino metáforas que decían viento, agua o nube.
En el techo la materia gris del invierno vigilando,
la inminencia de su azul oscuro y tú callado, vaciándote hacia atrás,
líquido siempre, intentando trazar una línea
con la punta de los dedos en medio de una ola, ya no importa,
la insignificancia de tu mano resistiendo
o los pedazos de hielo que navegan lentamente y que nos raspan,
importa nada estar flotando en lo salvaje, importa poco
el gesto absurdo y fugaz de atarme un hilo. Nada hay que salvar
el agua todo se lo lleva, incluso la discreta puntada que sostiene,
el hilo tenso como la piel se destrenza.
El sabor del té en la garganta, la memoria imprecisa,
insoportable en sus elecciones, insospechada en su azar. Ese té
que pudo haber sido en la misma tarde que evoco o en otra
más lejana incluso, o quizá será en la frontera de un patio,
a la sombra de un árbol diferente, alto y erguido, orgulloso en su firmeza.
Los recuerdos caen en masa como perlas cuesta abajo,
luego retornan desde otro ángulo, recobran un eje impropio
y se refuerzan como piedras. Transformados parpadean,
pujan, tiran y se deshacen nuevamente. Mientras yo, atada a este peñasco
resisto. Abajo la ciudad impone sus caminos, el lenguaje impone sus caminos,
la taza fría, el ciruelo y sus ramas cabizbajas imponen sus caminos.
Julieta Marchant en Té de jazmín (2010), incluido en Con mi caracol y mi revólver. Muestra de poesía chilena reciente (Vallejo & Co., Internet, 2018, selec. de Diego Alfaro Palma).
Otros poemas de Julieta Marchant
Quise construir una casa encima de tu casa..., Té de jazmín (4), Una imagen: mi abuela recogiendo castañas...
Toca aquí para ir al Catálogo de poemas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: