miércoles, 9 de enero de 2019

Poema del día: "A la Naturaleza", de Friedrich Hölderlin (Alemania, 1770-1843)

En tiempos en que jugaba en los pliegues de tu velo,
cuando dependía de ti como un capullo
y sentía palpitar tu corazón en cada sonido
que bañaba mi corazón tierno y tembloroso,
en tiempos en que, rico como tú en fe y ardor,
contemplaba tu imagen,
y cuando el mundo ofrecía todavía un lugar
a mis lágrimas, a mi amor una patria.
En tiempos en que mi corazón aún se volvía hacia el cielo,
como si pudiera oír esta voz mía,
cuando los astros eran para mí hermanos,
y en la primavera sonaba la voz melodiosa de Dios;
cuando bastaba con que una brisa recorriese los bosques,
para que en mi silenciosa emoción
se despertara tu espíritu, espíritu de júbilo,
¡oh!, aquello era la edad de oro.
En el valle o en el manantial me ofrecía su frescura,
en el verde de los árboles nuevos
que se aireaba sobre los peñascos,
bajo el éter aparecido entre las ramas,
y yo, volcado entre las flores,
calladamente me embriagaba con sus perfumes
y del cielo descendía sobre mí
una nube de oro aureolada de luz y centelleos;
cuando me dejaba ir lejos por la desierta landa
a la que subía desde el fondo de sombríos desfiladeros
el canto revoltoso de los torrentes,
cuando las nubes me cercaban con sus tinieblas,
cuando la tempestad desencadenaba
entre las montañas sus ráfagas furiosas,
y el cielo me rodeaba con llamas, ah,
entonces te veía, alma de la Naturaleza.
A veces, ebrio de llantos y de amor,
como esos ríos que han vagado mucho
y desean ya perderse en el océano,
¡me hundía en tu plenitud, belleza del mundo!
En comunión con todos los seres,
felizmente lejos de la soledad del Tiempo,
cual peregrino que vuelve a la casa paterna,
así volvía yo a los brazos del Infinito.
¡Benditos seáis, sueños de la infancia,
me ocultabais la miseria de la vida!
Vosotros habéis engendrado los gérmenes del bien que hay en mi alma,
me dabais los bienes que ya nunca más conquistaré.
Oh Naturaleza, a la luz de tu hermosura
los frutos regios del amor se desvanecieron,
sin pena y sin violencias,
como las mieses en Arcadia.
Muerto está ya el mundo juvenil
que me ha nutrido y educado.
Aquel corazón no hace mucho pleno de cielo
está muerto y seco como el rastrojo.
¡Ah, la primavera vuelve a decirle a mis penas
su dulce canto consolador,
pero la mañana de mi vida se ha pasado,
la primavera de mi corazón está marchita.
La más ansiada ternura, condenada a un ayuno eterno.
Lo que amamos no es más que una sombra.
Para mí, la Naturaleza tan amiga murió
con los sueños dorados de mi juventud.
¡Pobre corazón, en aquellos dichosos días
nunca te sentiste tan lejos de tu verdadera patria.
Por más que busques, nunca volverás a encontrarla;
consuélate con verla en sueños!

Friedrich Hölderlin, incluido en Poesía completa (Titivillus, Epublibre, 2015, trad. de Federico Gorbea).

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