Han llegado
hasta nosotros los frutos de la primavera, pero no la primavera. Tiéndete desnuda sobre la hierba, como una más de las palabras. Ni siquiera las obras completas de Balzac te podrían dar una imagen verdadera de lo que fue esa Francia decimonónica, realista, monetiana: tiéndete entonces y desayuna despreocupada del contraste de tu piel y el telón de fondo dibujado por el bosque y el traje de tus acompañantes:
comparado con aparecer en el salón oficial de los rechazados poco son y despreciable gloria esos palmoteos en la espalda empuñando por si acaso algún puñal como quien consciente de tu futuro esplendor y dese mar que en tus cuadros tranquilo baña tus aguas
sabe ejercer el oficio
de repartir con sutileza las migajas (
sin que se note el oficio
la sutileza ni las migajas):
no es que el fruto esté maduro, es el árbol el que está cansado. A veces llegábamos a un balneario y yo me dormía inmediatamente. Pero es preciso señalar que me dormía no sin antes contemplar a una joven que se peinaba en el cuarto de enfrente. Esa
que después volvería a dar sus primeros pasos por esta playa de la mano de un pronombre que no es el mío ni le pertenece al trazo breve y fragmentario con que tratábamos de copiar no la luz, sino la impresión que esa misma luz
producía no en tus ojos pero sí en cambio en tu mirada, no en tu piel. Sí, sin embargo, en tu piel contra mi piel (traje, vestimenta o atuendo: artificio o naturaleza que se distinguen con el roce de los cuerpos sobre el
mantel, sobre la tela o sobre la hierba).
Otras veces llegábamos a un bosque de eucaliptos, y la misma joven era quien se encargaba de poner el mantel en el suelo cubierto de hojas con olor a lluvia de verano. No obstante tu rostro de mitológica es lo único que te mantiene a salvo. Es como para esculpir por la noche una silueta
carnal pero de diosa, sutilísima pero al mismo tiempo tan romana y voluminosa como la tuya –para que después implacablemente la borre no la marea sino el oleaje, no el agua que quisiera escribir sino la espuma. Y sólo así justificar la obligación
de volver a trazar ese trazado durante todas y cada una de nuestras noches. Y yo no dejaba de pensar en el día menos pensado, y no dejaba de esperar el esperado día, en el cual recuperaría el uso de la palabra.
La tierra a la que vine no tiene primavera. Y estos, sin embargo, son sus frutos.
Cristián Gómez Olivares en Como un ciego en una habitación a oscuras (2005), incluido en Doce en punto. Poesía chilena reciente (1971-1982) (UNAM, México, 2012, selec. de Daniel Saldaña París).
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