En mi capa terciada al hombro, la trencilla violeta
y en mi rostro la pena leve de los que cabalgan,
hace poco trotábamos hacia Madrid mis compañeros y yo ante la noticia de la paz.
Las aguas se apartaban cuando pasábamos nosotros.
Sus puertas la gente cerraba. En las afueras
de los pueblos gritaban a mis perros indómitos, pero ignoraban del todo mi secreto:
¿Por qué temerme? hasta entre duras manos conservo todavía mi dulzura.
Así. Como la fiera de las selvas que se mueve,
la hojarasca cruje bajo mis pies. ¿Tan grande es aquí el miedo?
Palidecen vuestras noches y el guardia, delante de las casas vuestras su espanto esconde en
un tremendo grito.
¿Eso es todo? ¡Hombre! ¿Robas un día más,
un beso más, un trago más, un titilar de estrellas? ¿Y huyendo te los llevas como un ladrón?
Creía yo mejor regida esta existencia. Ya la desprecio.
¿Hay, pues, que tener prisa? ¿Miedo? ¡Hombres! ¿No puedo yo mirar la luna en calma?
¿Así, entonces, no es mío el mundo hermoso? Dejadme que lo llore todavía...
Porque ayer yo era joven -joven mi corazón...
Igual a aguas durmientes la madrugada entorpecida y densa
es hoy: oscuro y taciturno. Mi vida está sin goznes.
¡Oh visiones! ¡Las hay que valen un milenio! Es igual. Ya no es nada.
¡Yo no he de huir!
Milán Füst, incluido en Cincuenta poemas de quince poetas húngaros del siglo XX (Izana Editores, Madrid, 2012, selec. de András Simor, versión de David Chericián).
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