Están reparando el tejado.
Acaban de traer unos barriles metálicos llenos de alquitrán
y los han dejado en el césped de nuestro patio.
Cada mañana encienden fuego bajo un barril y lo apagan por la tarde
y en los pisos penetra por las ventanas un intenso olor de alquitrán
que traspasa el perfume de las lilas que florecen de color blanco y cárdeno
entre el castaño y el abedul.
Es un mayo caluroso. Se ajetrean como jóvenes diablos alrededor del fuego
revolviendo la masa y añadiendo un carbón
más llamativo que el sol incandescente.
Con una polea de cuerdas móviles
suben al tejado cubos llenos del espeso líquido y hieren a la parra,
tras el crudo invierno se ha hecho menos espesa
y muestra algunas partes del muro desnudas.
Ahora nuestro patio recuerda la antesala del infierno
ni siquiera falta plumón para rebozar a los pecadores en el alquitrán
porque ya florecen los álamos
y en el aire flotan nubes de plumón ligero.
Uno de los obreros es un diablo especialmente seductor
sus blancos dientes relucen cuando los muestra en la mueca del esfuerzo
mientras agita un palo en el barril
su negro pelo brilla sobre la alta frente como el arco iris.
Le acompaña una diablesa joven
diabólicamente bella con su minifalda.
Cada día se sienta cómodamente en una silla plegable lejos de la fogata
y contempla el fuego silenciosamente o apoyando la barbilla en una mano
lee un libro con un forro de colores desgastado.
De vez en cuando el obrero se da la vuelta en dirección hacia ella
como si quisiera comprobar que no se ha ido
o sentándose en un montón de tubos metálicos tirados en el césped
mira sus piernas.
Julia Hartwig, incluido en Poesía polaca contemporánea (Ediciones Rialp, Madrid, 1994, selec. y trad. de Fernando Presa González).
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