Una sensación de quemadura ácida en los miembros,
de músculos retorcidos y como en carne viva, el sentimiento de ser de vidrio y fácil de romper, un miedo, una retracción ante el movimiento y el ruido. Un trastorno inconsciente del andar, de los gestos, de los movimientos. Una voluntad perpetuamente tirante en lo que hace a los gestos más simples,
la renuncia al gesto simple,
una fatiga sorprendente y central, una especie de fatiga aspirante. Necesidad de recomponer los movimientos, una especie de fatiga mortal, fatiga del espíritu para una aplicación de la tensión muscular más simple, el gesto de asir, de engancharse inconscientemente con algo,
que sostener mediante una voluntad aplicada.
Una fatiga de comienzo del mundo, la sensación de que hay que llevar el propio cuerpo, un sentimiento de fragilidad increíble, y que se transforma en un sufrimiento demoledor,
un estado de dolorosa torpeza, una especie de torpeza localizada en la piel, que no impide hacer ningún movimiento, pero que cambia la sensación interna de un miembro, y da a la simple posición vertical el precio de un esfuerzo victorioso.
Localizado posiblemente en la piel, pero sentido como la supresión radical de un miembro, y sin que presente ya al cerebro otra cosa que imágenes de miembros lejanos y fuera de su lugar. Una especie de ruptura interior de la correspondencia entre todos los nervios.
Un vértigo movedizo, una especie de encandilamiento oblicuo que acompaña a cada esfuerzo, una coagulación de calor que encierra toda la extensión del cráneo, o se desprende de el a pedazos, placas de calor que se desplazan.
Una exacerbación dolorosa del cráneo, una cortante presión de los nervios, la nuca empecinada en sufrir, sienes que se vitrifican o se vuelven de mármol, una cabeza pisoteada por los caballos.
Habría que hablar ahora de la descorporización de la realidad, de esa especie de ruptura dedicada, se diría, a multiplicarse a sí misma entre las cosas y el sentimiento que ellas producen en nuestro espíritu, el lugar que ellas deben tomar.
Esa ordenación instantánea de las cosas en las células del espíritu, no exactamente en un orden lógico, sino en su orden sentimental, afectivo
(que ya no se cumple):
las cosas ya no tienen olor, ni sexo. Pero su orden lógico también a veces se rompe debido justamente a su carencia de relente afectivo. Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro, todas las palabras para cualquier operación mental, y sobre todo aquellas que tienen que ver con los resortes más habituales, más activos, del espíritu.
Antonin Artaud en L'ombilic des limbes (1923), incluido en Poetas franceses contemporáneos (Ediciones Librerias Fausto, Bueno Aires, 1974, selec. y versiones de Raúl Gustavo Aguirre).
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¡que bárbaro Fran ahora fuiste tú el que derramó el vaso! ¡hay veces que es mejor no saber de nada!
ResponderEliminarJajajaja, ok, pero los surrealistas te gustarán, No?
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