Ahora nos tenderemos callados
para fingir qué amarillenta transición.
Yo velaré el minuto que comunica su eternidad.
Velaré el tiempo que presiento,
velaré su ceniza.
Si su llegada a la madera no inundara
los ojos, pensaría en los trenes,
en el tren que trajo a mi prima en Nochebuena.
Cuidaría de no agrandar los ojos
cuando me ofreciera, para iluminar
mi infancia, la manzana.
Y pensaría para siempre en amapolas y peces.
Pero traspasará victoriosa, sin que lo consintamos,
la noche que pusimos a los números
y también a las cruces y a las máscaras.
Por eso será mejor que no hablemos de reposar
y no se sentirá tentada.
De cualquier modo volverá a acurrucarse
en los relojes y nos señalará
que está presente y que sólo aguarda
que descuidemos la vigilia.
Pablo Armando Fernández, incluido en Nueva poesía cubana (Ediciones Península, Barcelona, 1970, ed. de José Agustín Goytisolo).
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