He aquí el alba, levántate y vámonos
de unas moradas en las que no tenemos
un solo amigo. ¿Qué pueden esperar
unas plantas cuya flor difiere
de cualquier rosa o amapola,
y el corazón reciente armonizar en canto
con corazones que no guardan
sino trastos viejos?
He aquí la mañana, nos llama, escúchala
¡Ven! Sigamos sus pasos, baste ya de tarde
y su pretensión de que la luz de la mañana
es uno de sus prodigios.
Hemos pasado la vida en un valle
entre cuyas laderas fluyen
los espectros de las preocupaciones.
Contemplamos el desaliento volando en bandadas
sobre su superficie, como buitres o búhos.
Apuramos la enfermedad del agua de los charcos
y comimos el veneno de las viñas inmaduras.
Vestimos los hábitos de la paciencia, pero ardieron
y nos despertamos arrebujados en cenizas.
Los extendimos a guisa de almohada, y se tornaron
—cuando nos dormimos— paja seca y astrágalos.
¡Oh país velado desde siempre!
¿Cómo llegar a ti? ¿Por qué camino?
¿Qué tierra baldía te separa? ¿Qué montaña
es tu alta muralla? ¿Quién nos guiará hasta allí?
¿Eres un espejismo? ¿O eres la esperanza
de las almas que anhelan lo imposible?
¿Eres un sueño que se abre paso en los corazones
y que, al despertar éstos, se da a la fuga?
¿O nubes viajeras que mueren en el sol poniente
antes de ahogarse en el océano de las tinieblas?
¡Oh país de la mente, cuna genuina, donde
adoraron a la verdad y rezaron a la belleza!
No fuimos en tu busca en cabalgata
ni a bordo de veleros, a caballo
o en basto de camellos.
No estás en oriente ni en occidente
ni al sur de la tierra ni hacia el norte.
No estás en el aire ni bajo los mares.
No estás en la llanura ni en lo más impenetrable.
Estás en el alma, luces y fuego,
estás en mi pecho, corazón estremecido.
Gibran Jalil Gibran, incluido en Treinta poemas árabes en su contexto (Ediciones Hiperión, Madrid, 2006, selec. y trad. de Jaime Sánchez Ratia).
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