Expresar más de lo que se ha expresado,
romper una botella en el empedrado húmedo
y mirar la sombra apagada
de la luna en el vidrio palpitante.
Tocar el otoño, el frío de una rama cuyo cuerpo
de cera abandonó el rayo seco
de la puesta de sol. Los niños vuelven de la escuela
y en sus bocas abiertas arde
la inocencia. Conocer un dedo que señala
y sus movimientos circulares que analizan
la piedad de la hierba y su destrucción
bajo los neumáticos de una moto, en julio
(cuando dos jóvenes buscan un amor rápido
a cinco kilómetros de la ciudad). Describir
la tos de la vecina, el temor con el que reposa
su cabeza cansada en el cojín a rayas y piensa
en la perfidia de las cosas, en las largas horas
que al final desgarrarán las fibras de la vida.
Cubrir el rostro con la luz que se despliega
como una alfombra de un balcón en un rascacielos,
una luz parecida a la cárcel platónica
que concentra lo efímero de la esencia
temporal. Para expresar más, escucha
cómo un vagón rueda sobre sus llantas
metálicas, cómo el aire al notar el cosquilleo
que provoca el respirar de los viajeros, se excita
y resopla en las ramas de los robles. Permite
que las arrugas aparezcan en las sienes,
no quieras entenderlo todo.
Mirosław Dzień, incluido en Poesía a contragolpe. Antología de poesía polaca contemporánea (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012, selec. y trad. de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Xavier Farré).
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