Mi corazón harto de todo es un viejo coche fúnebre
que arrastran por la nada unos caballos de niebla.
Prometeo y buitre, castigo y blasfemia,
mi corazón es un cáncer que se come a sí mismo.
Mi corazón es un bordón que suena cada día
el doblar por un sueño que se fue sin retorno.
Mi corazón es un sensual extenuado por la esperanza
que halla todo, ay, más insípido que la leche rancia.
Mi corazón es un ahogado vacío de alma y de anhelos
que abraza al pulpo Melancolía con sus mil ventosas.
Mi corazón es un reloj olvidado de continuo
que aunque esté muerto se obstina en dar la hora.
Mi corazón es un bebedor sediento aunque borracho
de ese vino negro que se llama universal náusea.
Mi corazón es un mantillo tibio, sucio, fétido
en donde brotan doradas flores malsanas y espléndidas.
Mi corazón es un ataúd en donde acosté a mis muertos...
Callad, coplas antaño cantadas, lejanos acordes.
Mi corazón es un tirano de Asia, lúgubre y poderoso,
que de sueños sangrientos en vano se sacia.
Mi corazón es un infame y turbio lupanar
que día y noche frecuentan obscenas pesadillas.
Mi corazón es un fuego de artificio que antes de la fiesta
empaparon para siempre la tempestad y la lluvia.
Mi corazón... ¡Ah! ¿Por qué tengo corazón? ¡Ah! ¿por qué
mi vida y el Universo? ¿La Naturaleza y la Ley? ¿Por qué?
Jules Laforgue, incluido en Poemas esenciales del simbolismo (Ediciones Octaedro, Barcelona, 2002, selec. de Pedro Provencio, trad. de Manuel Álvarez Ortega).
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