El buen hijo de Kalomiris nació por la noche,
por la noche, antes de que cantase el gallo, antes de que cantase el ave.
La noche en que nació, pidió pan para comer
y, aunque se comió nueve hornadas de pan, nueve tarros de leche,
un ciervo, un cervatillo y la madre del ciervo,
volvió otra vez a llorar y a quejarse de que era poca comida.
Preguntó a su madre por qué llevaba ropas negras.
"Hijo mío, a tu señor padre lo tienen en la cárcel".
"Permíteme, madre mía, que vaya a traerlo".
"Hijo mío, eres muy pequeño, no tienes edad para la guerra.
¿Ves aquella habitación, aquella habitación pequeña?
Allí están las armas de tu padre. Ve a cogerlas".
Antes cogerlas, estaban cogidas. Antes de blandirlas, estaban blandidas.
Antes de ponérselas, salieron andando.
Cuando se topó con un negro río que no podía atravesar,
tiró al suelo la lanza, cogió las armas
y cruzó el río sin pena ni dolor.
Y, cuando lo atravesó y pasó a la otra orilla,
le salió al paso un sarraceno, fiera no domada,
sobre cuya espalda podían moler tres molinos,
sobre cuyos dedos podían dormir tres parejas.
Se detuvo mientras pensaba cómo iba a saludarlo:
"Si lo llamo sarraceno, temo que me coma.
Si lo llamo señor, me dará vergüenza.
Lo llamaré sarraceno y que pase lo que pase".
"Muy buenas, sarraceno". "Muy buenas, hijo mío".
"Venga, querido sarraceno, entérate
de que el hijo pequeño de Kalomiris luchará contigo".
Anónimo, incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
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También en nuestra historia
ResponderEliminardos calles mas abajo
van los niños a la guerra.
Un saludo
También.
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