Me encaminé a un monasterio
y allí tuve la fortuna
de que un monje venerable
me diese la bienvenida.
Comencé profundizando
en los principios
de la razón suprema.
E hice trizas
las preocupaciones terrenales.
El religioso y yo nos unimos
en un mismo pensamiento.
Agotamos todo lo que la palabra
puede expresar,
y permanecimos en silencio.
Contemplé las flores,
inmóviles como nosotros
y escuché a los pájaros
suspendidos en el vacío.
Entonces comprendí la Gran Verdad.
Song Zhiwen, incluido en Poetas chinos de la dinastía Tang (618-907) (Visor Libros, Madrid, 2000, selec. y trad. de C. G. Moral).
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