Gutiérrez
Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo: de ese despojo, de esa cornamenta
esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre
Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir? Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto? El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas, esas flores azules de las zanjas?
Ventruda campanilla!
Restallaba!
Si no
hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan barrocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el clítoris -en los nervios musgosos del estribo.
Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,
tronchos,
—era la moda Liberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre andamios temblequeantes y casi ponzoñosos
El amigo Francisco
El amigo Giménez
El amigo Julián
con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos: esa lamida de las lenguas: esos trozos de lenguas, paladares y cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que
desprendido de las plumas del
ñu hedía en la planicie:
superficial, en balde
—en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros, se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú, a pocas millas de la tumba
"a vos te dejo —dijo— el pañuelo celeste con que me até las bolas cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarro nado; y los lunares que vos creían tener y tengo yo, como en un sueño de comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance: y se los come la luz mala
"y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan grupas hacia la comadreja; y se los come
"y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de plata, si lo encontrás es tuyo”
Néstor Perlongher en Alambres (1987), incluido en Rivales dorados (Antología) (Varasek Ediciones, Madrid, 2015, ed. de Roberto Echavarren).
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