En una pasión rememorada,
despertada por el recuerdo de otro abrazo,
la caricia lejana de una piel fresca,
el perfil soñador de una mujer desconocida
sobre las luces de neón de la ciudad —
o tal vez:
por haber visto en el tren un soldado joven
de ojos claros, en cuya calma él ha visto
un esrpíritu bastante sencillo reflejar el suyo
y devolvérselo, no digerido,
en toda su enigmática madurez —
sus sentidos se vuelven inquisitivos hacia mí,
velados por una necesidad oscura de traición.
Y yo que habito enteramente esta casa
fecundo el polvo con la idea frágil
de una vida propia, yo que me arrodillo cada día
perdida en oraciones vagas, al lado
de la fidelidad silenciosa de un cubo amarillo esmaltado —
observo furtivamente su rostro secreto,
repentinamente desnudo, casi indefenso,
como esos jardines abandonados que la naturaleza ha reconquistado:
sólo un destello de ternura encolerizada,
entristecida, secretamente arrancada una muerte
del amor legal sin causa demostrable.
Lo veo escaparse y me acuerdo de otras caricias
de dulzura inconmensurable, quizás una vez suyas,
pero que no despiertan ya en mí el deseo
excepto en la memoria, nunca más.
Sin palabras, vengadores, negamos solitarios
la facultad de despertarnos mutuamente voluptuosidad.
Tove Ditlevsen en Kvindesind (1955), incluido en Poesía nórdica (Ediciones de la Torre, Madrid, 1999, ed. y trad. de Francisco J. Uriz).
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Introspectivo. Una mujer que habla. La pasion, el tiempo, la memoria....
ResponderEliminar...y el final de una historia.
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