A veces me pregunto qué tipo de bestia suave,
qué consumo de piel emponzoñada alimenta
el péndulo del día, las horas apacibles,
de costumbres remansadas;
qué afán que como estrella se congela,
se va entibiando hasta que el soplo, levemente,
se diluye en las cenizas.
Pienso en otras noches, no de tristes remembranzas,
en que todo era un temblor, un cántico de sangre,
un volteo apenas de las sábanas,
la crepitación, el vaho, la densidad oscura y tibia
de otro cuerpo;
pienso ya sin la nostalgia,
y siento que este cálido animal que soy en las raíces,
iba ya soñando nuevas formas tendidas en la fiebre;
recatadamente, yo, este breve resplandor de la materia,
quedaba en sueños, en frenarme, en negar la furia
y disparar toda aventura, maravilla,
hacia un laberinto de aguas negras, de estupor,
de olvido, de penumbra acaso.
Pero —ya es así—, la triste fiera,
siempre, desde el fondo,
ruge en medio del desierto.
Roberto Branly, incluido en Nueva poesía cubana (Ediciones Península, Barcelona, 1970, ed. de José Agustín Goytisolo).
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