El trabajo del sueño no es el cálculo
(el agua tiene otras cifras y el sueño es un líquido
que unta las primeras horas de la vigilia).
Uno aprende con las noches
lo que el ojo cerrado consume con su boquita parpadeante.
El saludo de la mañana en el sueño
es un lobo que lame su lenta luna de lona.
El trabajo del sueño no es el jeroglífico.
Uno aprende con las noches
lo que el ojo cerrado produce con sus globos movedizos.
La conversación del día en el sueño
es un guerrero lanzando mariposas amoladas
escudándose en un gran caparazón de tortuga.
El trabajo del sueño no es el pensar.
Uno aprende con las noches
lo que el ojo cerrado conoce con los espejos de uno mismo.
La mujer vestida de ceniza brillante, poro a poro,
dialoga con el jinete de caballo de algodón
y uno feliz escucha
y la invita a una taza de café, con los ojos cerrados
como un buen malabarista que sólo despierta para soñar.
Rafael Acevedo en Instrumentario (1996), incluido en Poesía centroamericana y puertorriqueña. Antología esencial (Visor Libros, Madrid, 2013, ed. de Selena Millares).
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