El maestro de esgrima pasó la madrugada en silencio.
Pie
derecho al frente; mano izquierda a la cintura, en jarra; la mano derecha asida a la empuñadura
de la espada. Alzó
vuelo la grulla; dejó su sombra en vilo sobre un pie,
a los pies
del maestro de esgrima: a sus pies el ciclamen postró sus floraciones. No se movió
el maestro
de esgrima en toda la noche: las briznas sin sosiego a la intemperie quedaron sujetas
a la espera. Las hormigas
dibujan con su rastro la sombra del maestro de esgrima que alza en vilo un pie, inclina
el torso.
José Kozer en La garza sin sombras (1985), incluido en Poesía Cubana. Antología esencial (Visor Libros, Madrid, 2011, ed. de Víctor Rodríguez Núñez).
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