Nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen,
nuestros labios no saben qué decir,
nuestros rostros se vuelven verdes y negros,
y nuestros engañosos cuerpos son como sombras hinchadas.
Toda la carne se cae, los huesos se debilitan,
y todo ello es terrible y temible para quien lo ve.
Todos nos volvemos negros y llenos de telas de araña,
cambiados, irreconocibles y lamidos por gusanos.
No nos queda en absoluto conocimiento de hombre alguno.
¿Qué corazón y qué alma podrían verlo y aguantarlo?
¿Quién no lloraría de todo corazón y suspiraría profundamente
al decir entre lágrimas nuestros tristes nombres?
¿Dónde estáis, dulces hijos nuestros, amados padres,
hermanos queridos? ¿Dónde estáis ocultos bajo tierra?
¿Qué se hizo de vuestra belleza? ¿A dónde fue vuestra hermosura?
¿Dónde se perdió vuestro gran conocimiento y vuestra sabiduría?
Ojos dulces, nariz agraciada,
hermosos pechos, espalda de mármol,
mejillas de rosas rojas y cristal, pequeños labios
carmesíes, encantadores, y nuestra lengua pura,
¿por qué no respondéis? ¿Por qué no contestáis?
¿Por qué nos enviáis al Hades y os quedáis durmiendo?
¿Por qué soportáis, deplorables, desnudos y sin lecho,
la frialdad, la tierra y la suciedad de la tumba?
¿Dónde está el agua de rosas? ¿Dónde están vuestros perfumes?
¿Dónde está vuestro excelente almizcle? ¿Dónde los aromas?
¿Dónde están vuestros adornos? ¿Dónde vuestros vestidos?
¿Dónde están vuestros lechos? ¿Dónde vuestro boato?
¿Dónde están vuestras innumerables sirvientas? ¿Dónde las esclavas
que os seguían, os cogían y os ayudaban a no resbalar?
Y, ahora, ¿por qué os quedáis en una terrible soledad,
dentro de la fosa, con la cabeza y los huesos deshechos?
¿Quién se inclinaría a verlos sin asustarse?
¿Quién, golpeando su cuerpo, no gritaría a la muerte:
Oh muerte, por qué lo hiciste, Caronte, por qué lo hiciste,
por qué no nos dejaste a quienes eran nuestro consuelo?
Sabed que nosotros, por ellos, no podemos
ver el sol sin gemidos ni lágrimas.
¿Qué mal te hicieron, Caronte, para que te los llevaras
y dejases huérfanos a los niños y encinta a las viudas?
¿Por qué te llevaste a muchachos y muchachas célibes?
¿Qué beneficio obtuviste? ¿Qué alegría te complace?
¿Por qué a los niños pequeños los separaste,
desgraciado, de sus madres y las privaste de ellos?
Llévate a los ancianos y deja a los otros,
no te lleves, así, a los pequeños y a los mayores.
Niños, jóvenes y viejos, solteras, casadas,
¿no son de todos ellos las cabezas deshechas que contemplamos?
Yustos Glykós, incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
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