Aunque a pesar mío, Cintia, te alejas de Roma,
me alegro de que sin mí habites campos apartados.
Ningún joven seductor habrá en esas tierras castas
que, con sus halagos, no te permita ser virtuosa;
ninguna riña surgirá al pie de tus ventanas,
ni harán tu sueño desapacible las llamadas nocturnas.
Sola, Cintia, estarás, y solos contemplarás los montes,
los rebaños, los predios del pobre labrador.
No podrán corromperte allí los juegos ni los templos,
motivo más frecuente de todos tus pecados.
Allí constantemente mirarás los bueyes arando
y la viña que pierde su follaje bajo la hábil podadera;
y allí llevarás un poco de incienso a un tosco santuario,
donde un cabrito se desplomará ante un rústico altar.
Luego imitarás, con las piernas desnudas, las danzas del país;
¡con tal que todo esté protegido de las miradas de hombre extraño!
Yo, por mi parte, cazaré. Me agrada ahora ya emprender
los ritos de Diana y dejar los votos de Venus.
Comenzaré tendiendo trampas a las fieras,
colgando cuernos como trofeo en los pinos,
aguijando a los perros temerarios con mi propia voz.
Con todo, no me atrevería a atacar enormes leones
o a llegar, ligero, muy cerca de los salvajes jabalíes.
Ya es audacia bastante para mí capturar tiernas liebres
y atravesar con mis flechas pájaros por donde el Clitumno
reviste sus hermosas corrientes con arboleda propia
y lava con sus ondas los níveos bueyes.
Cada vez que algo intentes, mi vida, acuérdate
de que me reuniré contigo dentro de breves días.
Si lo recuerdas, ni los bosques solos,
ni las errabundas corrientes que fluyen
por las musgosas cumbres, podrán impedir
que repita tu nombre con incansable lengua;
pues todo y todos están dispuestos a hacer daño
a un amante ausente.
Propercio, incluido en Antología de la poesía latina (Alianza Editorial, Madrid, 2010, selec. y trad. de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar).
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