Todos tuyos, indio, veinticuatro duros de cuentas de vidrio,
tela chillona. Conseguí una ganga. Yo enarbolo
armas de fuego y agua de fuego. Alabado sea el Señor.
Tabora quita tu culo rojo de mi vista.
Me pregunto si el suelo tiene algo que decir.
Tú me has embriagado, has ahogado
la lenta verdad del mundo con rápidos embustes.
Pero hoy vuelvo a escuchar y veo claramente.
En cuanto sitio tocaste la tierra ésta se duele.
Me pregunto si el espíritu del agua tiene algo
que decir. Que lo has de envenenar. Que
no puedes ser dueño de los ríos ni del pasto como
tampoco del aire. Canto con amor sincero por la tierra;
canto del alba, canción del ocaso, salmo de las estrellas.
Confía en tus sueños. Nada bueno saldrá de esto.
Mi corazón está por tierra, como cuando mi amada
cayó de espaldas en mis brazos y murió. Aprendí
las solemnes leyes de la alegría y el pesar, en la distancia
entre la helada matutina y el cintilar nocturno de la luciérnaga.
Hombre que temes a la muerte, ¿cuántas hectáreas necesitas
para alargar tu sombra bajo el cielo sin fin?
Por última vez, en este momento, ahora, un niño siente su libertad
desaparecer, como el salmón que misteriosamente sale en busca
del mar. La pérdida contiene el silencio de las enormes rocas.
Viviré en el espíritu del saltamontes y del búfalo.
La tarde tiembla y está triste.
Una pequeña sombra corre por la hierba
y desaparece entre los pinos que se oscurecen.
Carol Ann Duffy en Selling Manhattan (1987), incluido en La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas (Trilce Ediciones, México, 2000, selec. y trad. de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano).
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