Sopló el viento todo el día de mi boda,
y mi noche de bodas noche fue del alto viento;
y una puerta del establo hizo tal ruido, una y otra vez,
que él tuvo que salir para cerrarla, dejándome
estúpida a la luz de las velas, oyendo la lluvia,
viendo mi cara en ese candelero retorcido,
y no veía nada sin embargo.
Cuando volvió dijo que los caballos estaban intranquilos,
me entristecí porque esa noche
a hombre o bestia alguna le faltase
esa felicidad que yo tenía.
Ahora, en la mañana
todo se ha enredado bajo el sol por el soplar del viento.
Él salió a ver las inundaciones, yo
llevo un balde destartalado al gallinero,
lo pongo en el suelo y miro fijamente. Todo es viento
cazando los bosques y las nubes, azotando
mi delantal y los trapos tendidos.
¿Puede aguantarse que al capricho del viento,
como sarta de cuentas,
se enciendan mis acciones de ahora en adelante?
¿Me dejaré dormir ahora que comparte mi cama esta eterna mañana?
¿Aún puede la muerte secar los deleitosos lagos nuevos, concluir
nuestros lamentos de ganado junto a las aguas todo-generosas?
Philip Larkin, incluido en Poesía inglesa contemporánea (Barral Editores, Barcelona, 1975, versión de Antonio Cisneros).
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