Se utilizaron toros en esa guerra.
Se adiestraron feroces jabalíes.
Los leones precedían al ejército;
expertos domadores se ocupaban de ellos,
teniéndolos a raya con sus látigos
y apaciguando sus impulsos.
Mas de nada sirvió, porque las fieras,
al producirse el choque y la matanza mutua,
locas en medio de la confusión,
enardecidas por la sangre recién derramada,
se lanzaron furiosas a uno y otro lado,
sembrando el pánico en las filas,
sin respetar amigos ni enemigos.
Su rugido se oía por todas partes.
Un león saltaba al rostro del soldado más próximo,
lo derribaba de su montura y, abrazado con él,
en el suelo, le hundía las potentes mandíbulas
en el cuello, haciendo trizas su armadura
con la afilada garra de acero.
Otro, pacientemente, desgarraba un cadáver
hasta el hueso, con avidez y glotonería.
Los toros, que venían detrás, arremetieron
contra los domadores, lanzándolos al aire
y hollándolos con sus pezuñas. Con los cuernos,
bajando las cabezas, abrían el costado y el vientre
de infantes y caballos, o hacían surcos en la tierra
con gesto amenazador y hocico babeante.
También los jabalíes enloquecieron:
fuera de sí, cargaban contra sus amos,
y sus dientes hacían presa en las varoniles gargantas.
Los caballos, para evitarlos, se ponían en pie,
golpeando el aire con sus cascos delanteros:
hubierais visto cómo caían, seccionadas las patas,
aplastando la tierra con su peso.
Lucrecio en Lib. V, incluido en Antología de la poesía latina (Alianza Editorial, Madrid, 2010, selec. y trad. de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar).
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Lucrecio es uno de mis favoritos... muy gráfico¡¡ Otro saludo.
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