Hombre torrente y cataclismo,
con una mordedura de llamas en el pecho.
¡Naciste de una piedra que rodaba al abismo
y eres un ventisquero con dos garras de helecho!
Tremaban huracanes de oro...
Escuché en mí mismo:
"¡Hágase el hombre!"
Entonces grité:
¡El hombre se ha hecho!
Saltaba el Universo con su coz infinita.
¡Y tremolaste el látigo de rugido que blandes
—cuando la tierra negra se encabrita—
y a cada latigazo galopaban los Andes!
Trepidaba el Océano fragante.
Trastornaba el diluvio su crátera en las combas
de tus órbitas ciegas. ¡Y tu vara gigante
sumergida en tu puño, salpicaba mil trombas!
La selva te anudaba la espalda.
Se diría un lunático río verde que corre,
o la espiral de una guirnalda
que ciñe el torso de una torre.
Revoloteaban cóndores en tu cabeza brava
—insectos de la lámpara de los amaneceres—
¡y aprendiste a beber en los cráteres lava
para que den a luz volcanes tus mujeres!
Hombre de los dos puños crispados que se estiran,
Esgrimiendo los cedros como si fueran mazos.
¡Morirás entre un coro de alondras que deliran
o con las mil luciérnagas de mil arcabuzazos!
El hoyo de tu mano espera el salto de agua
torrencial para el nuevo diluvio en tus barrancos.
¡Con el nuevo arco iris encenderás tu fragua,
mordiendo el pedernal de tus fémures blancos!
Jugaste malabares con los troncos de encina.
Dilapidaste el oro del estremecimiento.
Y descendiste el hacha cristalina
de la cascada para decapitar al viento.
¡Hombre de América!
Hombre cuarzo y estalactita,
risco de la montaña, rumor del caracol.
¡Si Tú vas a engendrar una estirpe maldita,
te crucificaré con tres dardos de sol!
Hombre de la cabeza tentacular que muerde
el cielo cárdeno. ¡Hombre que con el tilo
angular de tu brazo —en el infierno verde
de la yungla— estrangulas de amor al cocodrilo!
Hombre vertical, hombre fahir, dolmen y grito,
arrebol, piedra, flama, seísmos, vórtice y ola,
si Tú puedes hacer piafar al Infinito
con los bengalas ígneos de una mirada sola.
Tu potro es la montaña crinada de pinares
y tu tren es la boa de oro que se derrumba
con sus convoyes de esmeralda entre dos mares
y la locomotora de su grito que zumba.
Tu velívolo negro es el cóndor que lleva
en su gorguera blanca una hélice de espuma.
Tu monóculo triste es una luna nueva
y el humo de tu pipa romántica es la bruma.
El rayo es el obús de tu mano herrumbrada
y la tromba del mar es tu lamento.
¡Tu voz derruye, como si fuera una granada,
las catedrales góticas del viento!
Tu mordisco es el seísmos, tu sollozo es el trueno
y tu tótem la bestia que tremola su pata.
¡Tu mujer es la tierra que te dará el veneno
de amor en una catarata!
Gonzalo Escudero, incluido en La poesía del siglo XX en Ecuador. Antología (Visor Libros, Madrid, 2007, ed. de Edwin Madrid).
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