Dominio de los reyes, nada queda:
ni el miedo de esta lengua
cansada de vivir bajo tu lengua,
ni estos ojos entre tu corazón y el nuestro,
ni estos labios inútiles, ni la lluvia, ni esta lámpara,
ni soberbiamente estos labios que perdieron su orgullo.
Dominio de los reyes, todo ha muerto:
ya no puedo mirar las cenizas del verano,
nadie puede hundir sus uñas en el fuego,
ya no deseo salir del pozo, ni tampoco la lluvia,
ni clandestinamente la noche huyendo de esta lámpara,
ni estos dedos cuyo vértigo destruye la locura de tu lengua.
Dominio de los reyes, nadie dará nada por tu astucia:
la luna extraviándose entre los abedules,
la algarabía del halcón sobre los ojos del cangrejo,
y el pudridero, la humedad, la mansedumbre de las bestias
donde se une lo invisible y lo mamífero,
estas manos mías perversamente ambiguas.
Dominio de los reyes, leche ociosa:
soy esta ruina, soy lo suntuoso de este esqueleto,
tal vez seré como el estupor de la divina dulcedumbre,
no hay lluvia, no hay pozo, no hay lámpara,
ya no existe el miedo de esta lengua
cansada de morir bajo tu lengua.
Hernán Lavín Cerda en Alucinaciones del filósofo (1983), incluido en Heterogénea. Revista internacional de creación y pensamiento poéticos (4ª época, nº I, junio de 2011, Zaragoza).
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