La inundación crecía. El campo raso, los taludes, los arbolillos dispersos quedaban encerrados en charcos que, al unirse, a veces formaban lagos. Una alondra cantaba en el cielo demasiado gris. Aquí y allá algunas pompas quebraban la superficie de las aguas, cuando no se trataba de algún minúsculo roedor o serpiente escapando a nado. La carretera aún seguía intacta. Se distinguían las afueras de una aldea. Avanzábamos decididos y felices. En nuestro vagabundeo hacía buen tiempo. Yo caminaba entre Tú y esa Otra que eras Tú. Con cada mano apretaba vuestro pecho desnudo. Los aldeanos, desde los umbrales de sus puertas o atareados en los bancales, nos saludaban con benevolencia. Mis dedos les ocultaban vuestra maravilla. ¿Les hubiera escandalizado? Una de vosotras se paró a conversar y sonreír. Continuamos. A partir de aquí yo tenía la naturaleza a mi derecha y, ante mí, la carretera. En medio de la cual un buey, a lo lejos, nos precedía. La lira de sus cuernos —así me pareció— temblaba. Yo te amaba. Pero reprochaba a la que se había quedado por el camino, entre los habitantes de las casas, el haberse mostrado demasiado familiar.
Desde luego, ella no podía representar para nosotros sino tu infancia demorada. Me rendí a la evidencia. En el pueblo la retendrían la escuela y esa manera que tienen las comunidades aguerridas de contemporizar con el peligro. Incluso con el de inundación. Ahora habíamos alcanzado la linde de viejísimos árboles y la soledad de los recuerdos. Quise averiguar tu nombre eterno y adorado que había olvidado mi alma: "Soy la Minuciosa". La belleza de las aguas profundas nos adormeció.
René Char en La palabra en archipiélago (1952-1960) (Ediciones Hiperión, Madrid, 1996, trad. de Jorge Riechmann).
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Un microrrelato con un tempo dinámico y un afactura perfecta: me gustú mucho.
ResponderEliminarMI alma, también es minuciosa. Besos, amigos,
Ann@ Genovés
No es un microrrelato, es un poema.
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