Inmutables son las tempestades.
Una se alza sobre mis talones, cuando apenas la noche se disipa,
Exigente, sedentaria, segura de sí misma.
La otra, que gusta de huir, hace rodar hacia nosotros monstruos hechos papilla y los proyectos humanos.
Antes de que comenzase la vigilia de los milenios
Los habitantes de Pascua supieron que sus escultores, que tallaban en la isla,
Estaban abriendo ante los muertos las puertas del mar.
Ya no tenemos muertos, ni espacio;
Ya no tenemos los mares ni las islas;
Y la sombra del reloj de arena sepulta la noche.
«Vuelva a vestirse. El siguiente.» Ésa es la orden.
Y el siguiente somos también nosotros.
Revolución que un astro modifica,
Con las manos que le añadimos.
René Char en Aromas cazadores (1972-1975), incluido en Poesía esencial (Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2005, ed. y trad. de Jorge Riechmann).
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