La nieve ya no acudía a las manos de los niños. Se amontonaba y paría sobre nuestro nórdico rostro de confines. En esa noche cada vez más exigua no distinguíamos quién estaba naciendo. Por qué entonces esta repetición: somos una chispa de origen desconocido que incendiamos cada vez más adelante. ¿Oímos los estertores y gritos de este fuego, en el instante de consumirnos? Nada, salvo que sufríamos, tanto que el vasto silencio se rompía en su centro.
René Char en Aromas cazadores (1972-1975), incluido en Poesía esencial (Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2005, ed. y trad. de Jorge Riechmann).
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envolvente, que te hace pensar en ti mismo,
ResponderEliminarmuy bueno,
saludos
Char, siempre tan envolvente y cálido.
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