El mistral que había empezado a soplar no facilitaba las cosas. A medida que transcurrían las horas aumentaba mi temor, apenas contrarrestado por la presencia de Cabot al acecho del paso de los convoyes por la carretera y de su eventual detención para emprender un ataque contra nosotros. La primera caja estalló al tocar el suelo. El fuego, avivado por el viento, se transmitió al bosque y rápidamente destacó contra el horizonte. El avión modificó su rumbo ligeramente y dio otra pasada. Los cilindros prendidos de sedas multicolores se dispersaron por una vasta extensión. Durante horas luchamos en medio de una infernal claridad, con nuestro grupo dividido en tres: una parte afrontó el fuego, con revuelo de palas y hachas; la segunda, lanzada a descubrir armas y explosivos diseminados, los traía al camión; la tercera se constituyó en equipo de protección. Ardillas enloquecidas, desde la cima de los pinos, saltaban dentro del brasero a modo de cometas minúsculos.
Al enemigo lo evitamos por un pelo. La aurora nos sorprendió más temprano que a él.
(Cuidado con la anécdota. ¡Es una estación cuyo jefe detesta al guardagujas!)
René Char en Hojas de Hipnos (1943-1944), incluido en Poesía esencial (Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2005, ed. y trad. de Jorge Riechmann).
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