Íbamos de camino. El santo y yo.
En aquel tiempo se decía: íbamos de alejada...
Y eso lo explicaba todo, porque lejos, lejos era el viaje...
Íbamos, pues, el santo y yo, y otros.
Era un santo tan futil que vivía haciendo milagros.
Yo, nada...
Resucitó una flor marchita y un niño muerto
Y transformó una piedra, al borde del camino,
En una flor de loto.
(¿Por qué flor de loto?)
Un día llegamos al fin de la peregrinación.
Dios, entonces,
Decidió mostrar que también sabía hacer milagros:
¡El santo desapareció!
¿Pero cómo? ¡No sé! desapareció, allí mismo, delante de nuestros ojos, que la
tierra ya se ha comido.
Y nosotros nos postramos en tierra y adoramos al señor Dios todopoderoso.
Y nos fue concedida la vida eterna: ¡esto!
Dios es así.
Mário Quintana, incluido en Antología de la poesía brasileña. Desde el Romanticismo a la generación del cuarenta y cinco (Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, trad. de Ángel Crespo).
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Felicidades por tu espacio, Francisco Cenamor.
ResponderEliminarGracias, hace un tiempo vi tu blog y tengo la dirección apuntada.
ResponderEliminarUn abrazo.