martes, 14 de diciembre de 2010

Poema del día: "Sugestiones del crepúsculo", de Vicente de Carvalho (Brasil, 1866-1924)

                    I
Al caer el sol, por la tristeza
Que trae la luz crepuscular,
Tiene el acento de quien reza
            La voz del mar.

Crece, se arrastra y va pausado
Por las laderas del otero
De sombra el yermo, vago y huero,
De un cielo de astros despojado.

Todo se apaga; en todo anida
Una fatiga, un desconsuelo...
Cual la mirada dolorida
Que al muerto empaña en triste velo.

Vencida, pues, por un instante,
Por la escena que le rodea,
Melancólica balbucea
La voz piadosa del gigante.

Cede la ola y ya no lucha,
Se humilla, empieza a murmurar...
¿Qué pide al cielo que no escucha
             La voz del mar?

                    II
Extraña voz, extraño salmo
Aquel salmo y aquella voz,
Cuya humildad y acento calmo
No parecen del mar feroz;

Del mar pagano, en desenvueltas
Distancias libres, cuya vida
Corre, agitada y desabrida,
En tempestad de olas revueltas;

Cuya ternura asustadora
Agrede a todo cuanto ama
Y una vez duerme y otra adora
A la playa en que se derrama...

Torvo gigante repelido
En su pasión lasciva y loca,
Es todo furia, y en su boca
Aúlla el dolor, mora el rugido.

La desnudez sueña: e impuro,
Blanco de espuma, ebrio de amor,
Desnudar quiere el seno duro,
Virginal, de la tierra en flor.

La tierra en flor teme y se apoca,
Quiere escapar: huye y se apena
Tras los montículos de arena
Y del granito tras la roca.

Tras de las huellas de la amante
Que se le hurta, sigue el mar;
Suelta las olas adelante,
Como jauría, a olfatear.

Y, hallado el rastro, con sus blancos
Penachos de olas y su airada
Fuerza, en la tierra devastada
Lame las rocas y barrancos...

                    III
Más formidable se revela,
Más amenaza y más asombra
Aullando, aullando entre la sombra
Las hondas noches de procela.

Tremendo y próximo se advierte,
Llenando el aire y devastando,
El ruido de un combate a muerte
Que cielo y mar van disputando.

En cada ráfaga violenta
El viento agride al mar sañudo,
Roza su faz con el agudo
Latigazo de la tormenta.

De entre el estruendo, un estampido
Crece y estalla, alto y mayor,
Cuando, tirano enfurecido,
Truena el cielo amenazador.

De cuando en cuando, leve huella
De llama vese, entre lo oscuro...
Y el mar recibe el golpe duro
Que le descarga una centella.

Mas la batalla es suya: cede
El viento al fin... sosiega el vuelo...
La somnolencia le sucede
Y la luna ilumina el cielo...

Del campo su agua se apodera
Y el monstruo, lleno de osadía,
Maldice, insulta, desafía
Y al cielo escupe su salmuera.

                    IV
El alma torva y libertina
De ese tenaz batallador
Que del escombro y de la ruina
Hace trofeos de su amor;

El alma osada y descompuesta
De ese pagano y descreído
Que se desquita y da respuesta
Al mismo cielo enfurecido;

El alma altiva, alma bravía,
Del mar, que vive combatiendo,
Se entrega a la melancolía
Conventual, atardeciendo...

En su clamor desfallecido,
Confuso y espiritual
Vibra un trasunto del gemido
De un órgano de catedral.

Y por las playas donde el cielo
Sombras y paz dejando va;
Y por las vegas donde el vuelo
Mudo detiene el sabiá;

Oyen los yermos espantados
Del mar contrito en el clamor
La confesión de los pecados
De aquel eterno pecador.

                    *
Escucha bien... De atardecida,
Bajo la luz crepuscular,
Es cual plegaria conmovida
La voz tristísima del mar.

Vicente de Carvalho, incluido en Antología de la poesía brasileña. Desde el Romanticismo a la generación del cuarenta y cinco (Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, trad. de Ángel Crespo).

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