miércoles, 22 de julio de 2009

Una novela de Jaime Correas revela los pormenores de los sonetos apócrifos de Jorge Luis Borges

El que está perdido colabora en su perdición. En la primavera de 1898, un pelotón de granaderos fusiló en un pueblito de los Andes argentinos a Tom Castro, embustero que procuraba ser el retoño extraviado de una rica heredera, quien de tanto desear recuperarlo nunca notó que el tramposo era distinto, por dentro y por fuera, a su hijo. La patraña teje un artículo de Thomas Seccombe (1866-1923), profesor de historia de la Universidad de Londres, en la onceava edición de la Encyclopaedia Britannica y de allí pasó a Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges. La historia se repite como comedia o como tragedia: un despacho de la agencia Efe sobre una novela mendocina da cuenta de ello. La aventura de los poemas que engañifa Jaime Correas comienza en New York el 16 de diciembre de 1983, a media tarde, cuando Emir Rodriguez Monegal y Roberto Piccioto dejan a JLB en el portal del 170E 84th Street, donde Harold Alvarado Tenorio, que deseaba concluir una conversación iniciada en Madrid, hacía casi un lustro, en torno a un proemio que había colocado a uno de sus libros de poemas atribuyéndolo a Borges. Harold Alvarado Tenorio reveló a Borges la confección de su centón introductorio a partir de las propias frases del suplantado y tal fue la sintonía que Georgie le obsequió con cinco sonetos sin terminar, arrancados de su poderosa memoria, para que algún día “escribiera una historia que le hiciera rico, si mi gloria durase hasta entonces” y “María te lo permite”, según dijo al colombiano. Los únicos testigos oculares de estos hechos son un venezolano y una divina argentina que por casualidad se encontraron con Harold Alvarado Tenorio al cruzar Lexington Avenue a la altura de la calle 86 frente a los almacenes Macy´s. Doce años después, en la sauna de un hotel pekinés, Harold Alvarado Tenorio redactaría la ficción que le hubiese favorecido, si un político, asesinado en las calles de Medellín el 27 de agosto de 1987, no hubiese llevado en el bolso de su sayuela uno de los versos del gaucho, instalado allí por la mano de su verdugo, que así cumplía los deseos de Clemencia Boneta, postrera prometida del letal Fidel Castaño Gil, alias La Misericorde. Nadie sabe para quién trabaja, dijo Castaño cuando Correas le preguntó, en la Hacienda Las Tangas, por el poema, mientras Jesús Ignacio Roldán Pérez, declamador y parricida, alias Mono de leche, criado a punta de sonetos, desgranaba sobras de otro: No recibió la herencia del cuchillo y con la droga reemplazó al coraje. Se enroló en el moderno malevaje de inconscientes con dedo en el gatillo. Es la historia de siempre, se me antoja. Que al que cruza el destino con luz roja, no le falta quien le haga la boleta. Hoy sabemos, por Correas, cómo llegó el poema al bolsillo del interfecto y cómo había llegado a manos del fundador de las AUC: su amante obtuvo del mismísimo Harold Alvarado Tenorio un plagio del cuadernillo impreso por don Ernesto Vigora del Taller de Marquetería con una nota y en la tapa los concisos JFILB/5/ Podenco/1986. Sin duda, varios de los entresijos que desenreda Correas en su novela son fascinantes. Uno de ellos recorre los asaltos, numerosos, de constipación padecidos por la congoja del célebre abandonado ante la imposibilidad de hallar salida al asunto de los sonetos, sin tener que recurrir a los prefabricados de Harold Alvarado Tenorio, a quien con razón, por cuestiones más de clase que de educación, consideró siempre un ser inferior, indigno de los parias de Vargas Vila. Otro, quizás el más verosímil, reconstruye el encuentro en una zapatería de tango de El Abasto porteño entre el actor italiano Horacio Romairone y Jorge Valderrama Restrepo, su viejo amigo colombiano de los días de París, el 8 de septiembre de 1985, cuando Borges, aun estando indispuesto, y haciendo honor a la promesa de recibirles, les dejó copiar, directamente de su memoria, las versiones finales que se publicarían en Bogotá de los poemas neoyorkinos. El resto c´est literature. Harold Alvarado Tenorio, es verdad, y lo demuestra Correas, no sobrevivirá como enredador; no da para tanto. Pero como María Kodama, alcanzó a vivir en carne propia las iluminaciones de esa confluencia de Buda y Homero que no volverá a repetirse sino al final de los tiempos. Abad Faciolince, concluye Correas, apenas fue su copista. D. B. para The Borges Center at Bergen

2 comentarios:

  1. Estooo... este texto, la confección de este texto... ¿es tuya?
    Es estupendo, me ha enganchado por la siempre duda surgida con el dichoso poema de "Si volviera a vivir mi vida" que mi hijo "me regalÓ" hace... unos 15 años ¡cómo pasa el tiempo! -este texto de 4 palabras no es mío, sino copia de frase popular múltiplemente repetida... por si las dudas-
    Besos. PAQUITA

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  2. No, jajaja, es un divertimento de mi amigo el poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio.

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