Aquí me tienes, Señor.
No entiendo nada.
Uno a uno fueron borrándose los milagros de la frente:
la estrella de los Reyes era de cartón
y a los niños no los traía la cigüeña.
Más tarde se doraron mis banderas:
cabelleras rendidas
o monedas de gloria,
iluminaron los paisajes hondos
donde la soledad se hace esperanza.
Un día supe el haz y el envés de cada instante
y quise, aún, que brillase al sol la medalla espléndida.
Más tarde -es ahora-
grito este canto trágico
viendo la honda sima
por la que caigo hacia lo Oscuro.
Esa que enfría los huesos y vacía los ojos.
Esa que es la Definitiva,
frente al Instante de que gozo ahora.
Esa que me hundirá en el silencio,
mientras los tranvías de la ciudad
seguirán llevando a las gentes
hacia sus minúsculas impaciencias.
¿Me reconocerás, Señor, entre tantos y tantos,
cuando yo te grite; estoy aquí?
¿Qué número llevo marcado
en la inmensa hilera que espera tu juicio?
En el segundo de mi muerte,
¿con qué extrañas criaturas
de piel distinta y lengua exótica
ascenderé a tu inmensidad?
¿Cómo será tu ceño cuando explique
la caligrafía de mi existencia?
¿Y cómo he de decirte ¡oh Dios terrible!
la criatura que yo era?
¿Entenderás que las sangres de mis venas
golpearon muchas veces con violencias que no quise?
¿Mirarás mi ansia de nácares,
de claveles tibios, de terciopelos venados,
como un empuje oscuro del que yo mismo no encuentro la clave?
¿Querrás alargar tu misericordia para mis ojos,
un poco más allá del goce que para ellos hiciste
con los azules y los verdes de tus campos, de tus cielos?
¿Y no querrás, Señor, compadecerte
de ese ímpetu
que nos empuja por la existencia?
Flotante sobre tres muchedumbres:
la que ya ha entrado en el túnel oscuro,
la que navega atónita por mapas,
la que habrá de llegar cuando no estemos,
indiferente al reloj y a la brújula;
aquí me tienes, Señor, ¿no me conoces?
¿No me ves agarrado al clavo ardiente
de una fe que vacila?
¿No ves que soy, sobre todas las cosas,
un menesteroso de Eternidad?
Guillermo Díaz-Plaja, incluido en Dios en la poesía actual (Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1970, ed. de Ernestina de Champourcin).
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