Quién se aparta cada vez más
del ruido y de las voces,
espera ver reaparecer una presencia
detrás de los pliegues del olvido
para realizar el milagro del amor.
Quién camina las noches
las sigilosas madrugadas
errando con las estrellas.
Quién ha confundido la vida
con las inextricables marañas de
los libros durante tantos años,
se sienta en la orilla de un río,
pone su mirada en la corriente
y siempre es el momento de partir.
Quién callará su palabra, cuando
perciba la sordera del mundo,
subirá las escaleras de su buhardilla
para encontrar el silencio del humo,
mientras innumerables poetas
de todos los tiempos
aguardan en los anaqueles
el rescate de una noche, para vengar
con dolor y goce sus vidas.
Quién abrirá las ventanas de su cuerpo
a las estrellas y a cada nuevo sol,
que ofrece cada día una prueba,
suscribirá un manifiesto contra
el hambre o un gobierno,
y aceptará que los demás
lo enrolen en la demencia.
¿Quién es capaz de descubrir
la vida en un poema?
¿Quién estará tan atento para arribar
y descubrir en ellos un hermano,
un espejo de uno mismo.
Quién aceptará la nostalgia
en la memoria del presidio,
se hará abstracción, signo,
oscuro visitante del alcohol,
desapercibido espectador de
todo lo circundante,
y a la vez visor de lo ínfimo
no visto,
que lleva a cuestas su universo.
Quién no distinguirá la vigilia
del ensueño, más que nosotros,
nuevos, primigenios,
eternos lobos esteparios.Guillermo Ibáñez en Árbol de la memoria.
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