Los diarios de la tarde de hoy divulgan con rapidez la muerte del bombero Juan Cristóbal da Silva
acaecida durante el violento incendio de ayer.
Nunca más le veremos en su coche rojo
junto a las escaleras que subían al fuego y al cielo.
Allá por Meier, alguien llorará al compañero muerto.
Luchaba contra el fuego y amaba el peligro.
Salvó a los niños y una fotografía le sorprendió sobre un tejado que se derrumbaba.
Era el marinero del fuego.
Allá por Meier, se quedará la compañera
que Juan Cristóbal da Silva acariciaba con las manos todavía calientes
de incontables incendios dominados,
un cubierto inclinado sobre el silencio
y los diarios de la tarde donde se habla
de aquel a quien la muerte robó al anonimato mágico.
Juan Cristóbal da Silva, la única víctima del impresionante incendio de ayer,
evitó que las rosas fuesen devueltas por el fuego a su presencia no creada
y trabajaba imparcialmente, salvando al mismo tiempo el piano y la fruta, los archivos judiciales y las mecedoras.
Purificado por el fuego y citado en la orden del día,
hoy es tan sólo una sustancia mineral.
En adelante, siempre que haya incendios,
habrá en el coche rojo un asiento vacío.
En memoria de este profesional del fuego desaparecido ayer,
en una iglesia de allá por Meier, alguien se arrodillará
y pedirá a Dios que libre al bombero
del otro fuego.
Lêdo Ivo, incluido en Antología de la poesía brasileña. Desde el Romanticismo a la generación del cuarenta y cinco (Editorial Seix Barral, Barcelona, 1973, trad. de Ángel Crespo).
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